Ha sido un año más que diferente para el género superheroico. Si le añadiéramos un adjetivo sería "especial". Tras el increíble neo-noir establecido en el Batman de Matt Reeves, la locura que proyectó Sam Raimi con Doctor Strange y la payasada con la Taika Waititi elevaba al poderoso dios del trueno-sin hablar de las series que Marvel Studios ha sacado, que no son pocas-, Dwayne Johnson llega a DC para hacer todo lo que ya ha hecho en otros papeles pero bajo el rol de Black Adam.

Con su aspecto mitológico y su enfático crecimiento argumental de forma circular, puesto que el misterio de su verdadero pasado se vuelve una herramienta repetitiva para que el espectador no se aburra, esta nueva película del universo cinematográfico de DC llega con la aparición de nuevos personajes que ayudan a que el argumento no se vuelva más chicloso de lo que puede ser en líneas generales.

Collet-Serra dirige como si fuera Zack Snyder, lo que hace que la película encuentre su sitio en el espíritu palomitero y simple del que se apropia en su identidad desde principio a fin, y ahí está el problema: no parece que haya un director diferente o una película ajena en forma y sustancia, sino otro elemento más del montón de películas que pecan de sentirse inferiores y acaban siendo una circunstancial apreciación para el fandom.

Pese a todo, no se le puede enfilar o rechazar por lo que es, ya que acaba siendo un producto más y, lo que es mejor aún, es que es consciente de eso y no pretende disfrazarse de complejos o delirios de grandeza. Es como un episodio de Los Simpson a las 14:00 del mediodía: ideal para almorzar mientras Homer Simpson la lía por enésima vez.