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Voto de Tony Montana:
7
Drama A principios del XIX, durante las guerras napoleónicas, un teniente de húsares del ejército francés, el aristócrata Armand D'Hubert (Keith Carradine), recibe la orden de arrestar al teniente Feraud (Harvey Keitel) por haber participado en un duelo. Feraud, encolerizado, desafíará una y otra vez a D'Hubert durante quince años. (FILMAFFINITY)
19 de enero de 2008
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tenía una cita pendiente hace tiempo con la ópera prima de Ridley Scott, puesto que la primera vez que la vi me dejó un tanto frío. No vi en ella esa grandísima obra que todos aclaman, y sí me encontré con una cinta fría, pretendidamente grandilocuente y que derrochaba épica a borbotones en sus interminables charlas sobre el honor, la hombría y el propio destino. Contiene todas las virtudes habituales de este director más publicista que creador, como son su abrumador sentido de la estética, una puesta en escena sensacional, puesto que la escenografía es lo que dota de espíritu a sus películas, y algunos momentos memorables, pero un conjunto que flojea por un guión descompensado, y un hilo conductor de la historia inexistente, apareciendo y desapareciendo de manera azarosa para acabar con un buen final que no equilibra los anteriores errores.

Se inicia con una muestra de lo que va a ser el resto: D’Hubert, sin saber cómo ni por qué, debe entablar duelo con Feraud, duelista de profesión y soldado al servicio de Napoleón en su tiempo libre. Ambos son el ying y el yang, esa dualidad necesaria por la que uno no puede existir sin el otro, la razón contra la pasión, y, por qué no, el bien contra el mal. A partir de aquí, a modo de encuentros episódicos, narra la vida del primero en constante confrontación con el segundo, centrando únicamente la historia en ello y dejando aparte los demás aspectos de la trama, de forma bressoniana dirán algunos, sí, pero a mí el cine de Bresson me parece demasiado plano. Personajes y situaciones deambulan por la pantalla sin que entendamos nunca la causa por la que están ahí, momentos de una impagable belleza visual que ralentizan una narración que nunca termina de arrancar, porque cuando se comienza a desarollar, es cercenada por el guión como si de un elemento molesto se tratara.

Si es notable, por contra, el modo en que aparece y desaparece Feraud de la vida del protagonista. Personificando el destino, sabe desaparecer para atacar cuando menos se le espera. Harvey Keitel está soberbio interpretando a ese ser vacío de sentimientos que parece vivir por y para los duelos. Por contra, Keith Carradine, un actor más limitado que Keitel, está correcto aunque demuestre vulnerabilidad en algún que otro momento. Ridley Scott se preocupa de crear imágenes directamente sacadas de cuadros del clasicismo y el romanticismo más destacado, sacando imágenes de Friedrich, Delacroix o David en un ambiente frío y lúgubre, una cinta que entronca, en ocasiones demasiado, con la soberbia Barry Lyndon, de la que coge su fuerza visual pero de la que se olvida de extraer su excelente retrato de la miseria y el destino. El estilo del director brinda secuencias difíciles de olvidar, pero se le va la mano con una narración demasiado atropellada que abarca demasiado tiempo con demasiadas interrupciones en el flujo natural en una historia que le pedía, como mínimo, media hora más.
Tony Montana
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