Turbia historia de relaciones familiares que solo en su culminación explota todo su potencial. La familia de Josiah arrastra un trauma que tuvo como culminación la muerte de su mujer. Ahora, con la oferta de venta de su casa de por medio, se da la oportunidad de que ese vidrioso pasado salga a la luz.

Me fastidia no darle más puntuación, porque hay mimbres realmente buenos. Sobre todo por sus grandes actuaciones, en especial las de Robert Patrick, que compone un papel que eriza el vello, y Kelli Garner. Pero el guión da unos quiebros, dividiendo la película en tres segmentos que luego engarzan al final, que no acaban de encajar bien. Uno va suponiendo que al final las piezas encajarán, pero mientras transcurren los minutos no es difícil andar preguntándose sobre qué sentido tiene lo que te están contando. Además, la languidez narrativa es por momentos una losa y hace que dejes de prestar la atención debida. Hay personajes y secuencias que no terminé de entender, no se si porque me despisté o porque no se escribieron como es debido.

Es en el desenlace cuando todo cobra sentido, en unos minutos finales muy intensos y perturbadores. Pero eso es lo que dura, minutos. Resulta absolutamente insatisfactorio que la cinta acabe justo cuando mejor se estaba poniendo, aunque llegados a ese punto estaba claro que la historia ya había sido contada. La estructura en que está rodada le resulta perjudicial, animando al espectador a desconectar durante demasiado tiempo, y conduciéndole a ese final solo para mostrarle lo buena película que pudo haber sido.