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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
5
Drama Inglaterra, siglo XVI. La reina Isabel I Tudor (Cate Blanchett) debe enfrentarse no sólo a la traición de su propia familia, sino también a los conspiradores que tratan de arrebatarle el trono. Isabel es consciente de lo beneficioso que es para la Corona inglesa el hecho de que el Rey de Inglaterra sea, al mismo tiempo, el jefe supremo de la Iglesia Anglicana. El Acta de Supremacía de 1534, promulgada por su padre, Enrique VIII, había ... [+]
7 de agosto de 2016
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta divertidísimo leer la indignación de más de un colaborador de la página, heridos en su orgullo nacional (ista) tras el visionado —colijo que lacerante— de una cinta como “Elizabeth: The Golden Age”.
En efecto, su conspicua parcialidad la invalida como documento histórico. Claro que, pedirle rigor a una producción de Michael Hirst vendría a ser como esperarlo, en su día, de Intereconomía, y hoy de 13TV —cadenas que imagino del gusto de esos espectadores “muy españoles y mucho españoles”, lo cual quizá explique tanta susceptibilidad.
Al final, cada país construye su propia épica, y lo hace a costa de la de sus enemigos. La leyenda negra española cae dentro de dicha operación propagandística. Si por nuestra parte no hemos sido capaces de sacarle más jugo al “Cantar de mio Cid” o a los “Episodios nacionales”, no creo que sea por culpa de “la pérfida Albión”.
Centrándonos de una vez en los valores cinematográficos de “Elizabeth: The Golden Age”, éstos destacan por su romanticismo, en la peor de las acepciones del término. Me explico: a priori no parece rechazable que un melodrama —eso y no otra cosa es esta película, algo que los arriba citados, cegados por su furia patriotera, parecen obviar — haga hincapié en los sentimientos más íntimos de sus protagonistas. De hecho, es lo suyo. Sin embargo, sí creo bastante cuestionable que para ello se apueste por un enfoque tan decididamente convencional. Hay en “The Tudors” (Los Tudor, 2007-2010) o en la primera “Elizabeth” (ídem, 1998), ambas con Hirst en la sala de máquinas, mucha más vida que en las acartonadas y previsibles reacciones, e interacciones, de los personajes de la obra que nos ocupa. La turbiedad marca de la casa apenas si alcanza a asomar la patita en la ambigüedad que preside la relación entre la “Reina (de todo menos) Virgen” y su dama Bess Throckmorton. El insinuado lesbianismo tarda en ser borrado de un plumazo lo que Clive Owen en poner su galana estampa al servicio de ese gineceo que se propone como corte isabelina.
No obstante, el conservadurismo, como casi todo en la vida, conlleva alguna que otra contrapartida positiva. En concreto, dos. La primera, un diseño de producción cuidadísimo, rayano en lo suntuoso. Aunque sospecho que los oropeles no tengan otra función que disimular lo exiguo de la trama. La segunda, y ésta sí indiscutible, un elegante manejo de la cámara. La calma cadencia que Shekhar Kapur le imprime lleva a dudar de su procedencia bollywoodiense. Y su manera de envolver a los actores, rodeándolos con amplios movimientos, es muy digna de mención.
En cuanto a las interpretaciones, Cate Blanchett y Geoffrey Rush compiten por ver quién pone el piloto automático más descaradamente. Algo más de interés se le ve a Clive Owen por su carismático —sin pasarse tampoco— Sir Walter Raleigh. Por lo que se refiere a la nómina de jóvenes promesas, Abbie Cornish compone un bonito maniquí de mirada baja y vemos a un Eddie Redmayne transido de jesuitismo exclamar ni siquiera una oración, dos palabras apenas. Sin duda, el mejor de la función, como casi siempre, es Jordi Mollà. Su Felipe II, cojitranco y fanático, constituye un hombrecillo ridículo. Motivo mayor de urticaria para los antedichos paladines del “imperio-en-el-que-no-se-ponía-el-sol”, a mi juicio se trata, por el contrario, de la figura con el delineado más certero de cuantas recorren los fastuosos decorados.
Carorpar
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