Maravillosa adaptación de la obra de Williams, que con la pluma de Vidal se vuelve exquisita y rodada como sólo sabía Mankiewicz roza lo sublime y sobrehumano.
La historia es tal que así: Una viuda rica que perdió el verano anteror a su único hijo, al que le unía una relación cuando menos traumatizante, decide donar un edificio para un psiquiátrico en el que un doctor experimenta con-ojo al dato-la lobotomía, a condición de que lobotomice a su sobrina, que acompañaba al hijo difunto cuando murió y es la única que sabe la terrible verdad.
Excéntrica, ¿no?...
Pues se queda corto, porque encima, los roles protagonistas del peliculón son la Taylor, Clift y Hepburn, en los papeles de sobrina, médico y tita rica.
Jardines selváticos interiores, ascensores dorados, besos furtivos, violaciones, incesto, canibalismo, homosexualidad encubierta.
Recuerdo ver esta peli por vez primera con mi abuela, que entre otras cosas era una señora estupenda y muy culta y no tenía ni idea de qué tipo de cine ponerle a un niño, y cómo me iba desgranando lo que se me podría escapar... Recuerdo también que esa noche tuve muchas pesadillas, con la influencia de la surrealista y fantástica secuencia final, y que le tomé manía a la peli, al director, a los actores...
Fué como cuando uno ve un parto en la tele por vez primera y se desmaya.
Ahora, casi treinta años después vuelvo a verla y vuelvo a fliparlo.
Porque no se puede hacer nada más moderno y descabellado resultando una genialidad.
Porque los tres actores están mejor que nunca.
Porque el final es tan aterrador que parece mentira que cosas así se hiciesen en el 59.
Despiadada, cruel, hermosa.
Un diezaco.