Desde lo estrictamente cinematográfico, no puede afirmarse que el aporte del film sea relevante respecto del best seller en el que se basa. Los rubros técnicos son correctos, como la dirección y el guión. Los movimientos de cámara son clásicos, como también lo es su narración, que apela a recurrentes flash back, perfectamente identificados, así como sobreimpresiones y destellos, para canalizar la abrumadora catarata de información cuidadosamente seleccionada de las 600 páginas del texto, que saturan al guión de diálogos y explicaciones.

Así como el best seller de Dan Brown se construye en el formato de novela policial, el film adopta las reglas del thriller, con sus condimentos de intriga y suspenso, sobre la base de algunas secuencias logradas que enfatizan numerosas huidas y persecuciones.

Los espectadores asisten a un banquete de acertijos y anagramas, donde un enigma resuelto conduce a otro, en un juego de cajas chinas que siempre avanza hacia una mayor oscuridad. Cada nuevo misterio implica el suspenso de su resolución hasta que, cuando esto llega, es reemplazado por otro. Así sucesivamente en una estructura repetitiva que, a lo largo de las dos horas y media no permite descanso, aunque esto no garantiza el interés sostenido del espectador ni le impide perderse en su intrincado arsenal de símbolos.

Llama la atención que los intérpretes principales estén lejos del carisma de las películas que proyectaron su prestigio actoral, particularmente la dupla protagónica. No hay mayor feeling entre ellos, apenas unos intentos de acercamiento a partir de confesiones de anécdotas sobre sus respectivas infancias, que parecen forzados por el guión, sin contribuir a enriquecer el unidireccionado perfil que los muestra siempre absorbidos en su rol de investigadores.


Ni mala ni genial, tal vez lo más original del "Código..." sea el encuentro de sofisticada tecnología (como la escena de la apertura de la caja en el banco suizo o la descripción por computadora en la pintura de "La última Cena") y la supervivencia de ambientes medievales en monumentos arquitectónicos y demás objetos que han supervivido junto con el misterio de sus leyendas, que ubican al espectador entre James Bond y El nombre de la rosa.

Eludiendo la interminable polémica sobre los aspectos históricos e ideológicos que rodearon la película desde antes de su realización y partiendo de la premisa de que las desmesuradas expectativas sobre este film no provienen de su esencia cinematográfica sino de factores ajenos a ella, puede concluirse en que "El Código Da Vinci" no defrauda en tanto logro medianamente correcto pero que tampoco se trata de una gran película. Ni mala ni genial: un producto medio, atemperado y deglutido para el gran público.