Hombre, esta película merece la pena sólo por el hecho de ver a Schwarzenegger haciendo un papel serio… Pero, más allá de esa curiosidad (y de la relativa sorpresa que produce ver que el actor solventa el reto con dignidad), “Maggie” es una obra interesante. Trata sobre zombies, pero no es una película de terror, porque aquí los zombies no son monstruos, sino personas enfermas. Con una estética indie, y con escenarios de una América profunda y polvorienta, este film tendría menos gancho si hubiese tratado sobre una enfermedad convencional. Ése es el mérito de la película, en mi opinión. “Maggie” puede verse como un melodrama sobre una relación padre-hija que se agota por una repentina infección incurable, con una reflexión sobre la eutanasia... Pero el ritmo lento y la elección del “zombismo” como enfermedad terminal dan un peculiar tono onírico y postapocalíptico, con toques de crítica social y ecologismo. No es una película de miedo, ni de sustos, pero hay una tensión latente que impregna cada escena, como si en cualquier momento pudiese pasar algo que nadie puede controlar. Además, el director dota a la película de un discurso melancólico, pero nada lacrimógeno. Por ello, a pesar de lo predecible de la trama, “Maggie” consigue emocionar. Da la sensación de ser una película humilde, pero en la que el director ha sabido aprovechar con inteligencia los recursos a su alcance. El conjunto, en general, funciona.