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Voto de Alejandro Veramar:
9
Drama En la cima de una imponente montaña, donde lo que a primera vista parece un campamento de verano, ocho muchachos guerrilleros apodados “Los Monos» conviven bajo la estricta instrucción de un sargento paramilitar. Su única misión es la de cuidar a "la doctora" (Julianne Nicholson), una mujer norteamericana a la que han tomado como rehén. Cuando esta misión empieza a peligrar, la confianza entre ellos empezará a ser cuestionada. (FILMAFFINITY) [+]
17 de agosto de 2019
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un despliegue de imágenes poderosas, de mundos interiores que surgen del alma de ocho jóvenes inmersos en una tragedia de la violencia, de límites extremos en los que a veces son empujadas las criaturas humanas. La película de Landes desde el primer cuadro nos convoca a un extraño viaje por los paisajes del miedo y la imaginación, el ritmo es frenético, la música sostenida desde un fondo parece un barco en la noche con los faros encendidos que va rompiendo las brumas. Las alturas dibujan un mapa del suspenso que se apodera de la historia. Todo es fantasmal y onírico, hay algo de un mundo apocalíptico, los jóvenes atrapados en una trampa despiadada, sueñan, aman, lloran, expresan con su humanidad y sus cuerpos los desafíos de un tiempo, las circunstancias que los atenazan, el horror de vivir en “el corazón de las tinieblas”. El páramo trasmite el infierno de un tiempo muerto, los colores de la soledad, la imposibilidad de escapar de un destino de hierro que han forjado otros. Hay que llevarse a la doctora secuestrada a otra parte y descendemos vertiginosamente a la geografía de la selva donde las almas se embriagan de la luz, las mentes enloquecen como si de Aguirre: la ira de Dios se tratara y los cuerpos embadurnados como antiguas deidades elevan plegarias solares. Las amarras se rompen, las cadenas se imponen, el delirio del poder en un roto universo, mientras la muerte acecha en las miradas. Unas pruebas de vida en medio del bosque parecen un eco de lo que vivió Ingrid Betancur. Las fuerzas de la oscuridad intentan imponer su lógica fúnebre, los fugados corren con el viento entre los árboles, pero allí está majestuoso el río Samaná con el gran rumor de su caudal, el río es una casa que se mueve con los perseguidos que por fin llegan al cañón del Samaná y lo que sucede es un baile de las aguas profundas, una sinfonía de remolinos azules y blancos, un túnel de luz y agua que desembocará en la salvación. Los ejércitos se multiplican como peces en una fiesta cristiana, unos mueren, otros son rescatados, ninguna respuesta para nadie; todas las preguntas quedan abiertas para que de algún podamos hacer una expiación colectiva. La última escena concluye y el espectador en su butaca por fin respira…
Alejandro Veramar
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