Después de haberme tragado la sexta parte de cabo a rabo; pido, suplico e imploro con toda mi energía que de una vez por todas muera la saga American Pie. Que no la toquen más; que no le intenten sacar más petróleo. Que la expire, que perezca, que se incinere y que ascienda al paraíso por los siglos de los siglos.

Yo soy, quizás ya, algo pureta para los American Pie. Pero qué le voy hacer; me río con los tipos, me lo paso bomba con los gags y me excito con las niñas que desfilan por ellas. Aunque eso fue con las tres primeras. Funcionaban de maravilla como comedia adolescente que eran. A partir de ahí, el negocio pegó un bajón que ha culminado tristemente con una sexta entrega vergonzante para todo implicado. Tanto actores, guionistas, director, como espectador. Todo cómplice debería acabar con la cara colorada; unos por crear, otros por mirar.


American pie no tiene absolutamente finalidad alguna. Sólo hay encadenamiento de cuerpos desnudos acompañado por ordinarieces varias, que por no contar, no te cuenta ni un sólo gag medio decente. Aburre una barbaridad. Y lo peor es que en algunos momentos te ponen balada de fondo mientras un par de ellos se morrean como si te estuvieran contando una bonita historia de amor.
La tardía aparición de Eugene Levy parecía ser una leve luz en el fondo del túnel para darle algo de gracia a la comedia. Pero ni por esas; ni media sonrisa. Totalmente desacertado.

Sólo para pajilleros compulsivos. Y si me apuran, ni para eso vale. Si la tienes ante las narices, fíate de tu instinto. No te mentirá.