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España España · Huelva
Voto de Raven:
2
Romance. Drama Lucía es una joven que trabaja como camarera en el centro de Madrid. Tras la misteriosa desaparición de su novio Lorenzo, un escritor, decide marcharse a la tranquila isla de Formentera. La libertad que siente allí la lleva a enfrentarse a los aspectos más oscuros de su pasada relación, como si se tratara de una novela. (FILMAFFINITY)
11 de enero de 2017
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Julio Medem es un director de actualidad: su última película, Habitación en Roma está ahora en cartelera y, a falta de verla, según lo leído no parece que le vaya a posibilitar librarse del marchamo de modernillo de medio pelo, provocador irreverente y presuntuoso esteta que se ha ganado a pulso con su filmografía.

Y es que, como el título de esta crítica, soportar y entender las dos horas que dura la cinta que analizamos hoy sin dormirse, levantarse de la sala o apagar la pantalla de televisión o del ordenador es quizás el acto más heroico que una persona puede hacer a lo largo de su vida como espectador de cine. Para los más agresivos será inevitable refunfuñar, desesperarse o contener las ganas de coger un mazo y destrozar el televisor; para los más tranquilos, será inevitable bostezar o dedicarse a otra cosa ante semejante espectáculo, bochorno nacional, locuaz pantomima con aires de superioridad que es Lucía y el sexo.

Porque, vayamos al grano, Lucía y el sexo es un coñazo pretencioso y gazmoño, una grotesca e impúdica representación de una cursi y anticinematográfica poesía amateur, recargada de diálogos afectados y vehementes que en no pocas ocasiones están al límite de la vergüenza ajena y en la que, en definitiva, uno se pregunta qué lleva a un productor a invertir dinero en ella.


Creerá Medem que enseñando carne y caras bonitas –sí, preciosa Paz Vega; lujuriosa Elena Anaya- al son de una banda sonora analgésica genera una manifestación extemporánea del lirismo sexual.

Creerá Medem que haciendo uso de una fotografía sobresaturada se potencia el valor onírico de unas imágenes hueras que no logran epatar por mucho que recalquen su condición de bellas.

Creerá Medem que recurriendo a juegos metafóricos, saltos en el tiempo y sentenciosas frases de (supuesto) calado filosófico surge una obra axiológica deslumbrante, cuando la realidad es que, frente a ciertas escenas, se hace imposible reprimir la carcajada.

Medem entendió la navaja de Ockham al revés: para él, la teoría más compleja es la mejor. Y esa voluntad de alambicar todo el relato no encaja con una historia que, para el que busque una experiencia, digamos, hedonista, se quedará exigua y encontrará en el cine porno un compañero mejor.
Raven
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