Silverman se cargó el fardo del siglo: llevar a la gran pantalla a una de las series animadas más exitosas de todos los tiempos. El proyecto lamentablemente llegó tarde, no porque la peli de Los Simpsons haya fracasado, por Dios es muy buena, sino porque el espectador la va a ver como una suerte de mandato amarillo instalado a fuerza de cansancio luego de años y años en tv. Lo cierto es que las fórmulas de Los Simpsons ya son verdaderos paradigmas del humor, CONOCIDOS paradigmas del humor.

Y si algo es conocido se le resta sorpresa a su visionado, pero en este caso uno no busca sorprenderse: uno va sabiendo lo que se ofrece y se va satisfecho luego de haber consumido lo que efectivamente figuraba en el envase. Estamos ante una peli que desborda en gags encadenados por una historia claramente dividida en dos: dentro y fuera de Springfield. Se puede decir que al iniciarse la segunda historia el capítulo deja de ser tal y se transforma en película. En desmedro de la calidad estructural, los gags son geniales, pero muchos de ellos son extraíbles sin daño alguno para el argumento (Bart y su patineta). Existe a su vez una tendencia localista expansiva, Springfied deja de ser el caldo de cultivo de un problema que se traslada a todo Norteamérica, involucrando a políticos y figuras de renombre. Allí es cuando la serie expone sus métodos globalizadores: la contaminación nos atañe a todos.

Bien, muy bien, porque luego de...20 años!!!! Los Simpsons no son lo mismo pero algo innombrable subsiste para que esta criatura amarilla siga existiendo: el talento detrás de las cámaras.