Si eres taxista pero no puedes conducir bien un auto que ni siquiera es tuyo, si te alejas, si no escuchas porque justamente estas harto de escuchar; si padeces de obesidad como casi todos en tu familia, si te crees inútil, si comes desde el enfado mismo, si desconoces los límites que te impone el cuerpo; si eres una alcohólica empedernida y no logras enfrentarte a nada, si solo te atreves a huir de los problemas; si eres un padre ausente; si eres la hija vaga pero fuerte de convicción que debe hacerse cargo de sus padres perdidos y ni siquiera prestar atención al rumbo de tu propia vida; si eres una madre que ama con adoración a sus hijos pero que a su vez se ve sobrepasada por la vida misma, por sus dolorosas vueltas de tuerca; si estas embarazada de un hombre que solo atina a golpearte y a negarlo todo, si tienes una madre que te insulta en vez de contenerte; si eres madre de una joven problemática y no sabes como tratarla, mucho menos si descubres que está embarazada.
Si después de todo esto no decides explotar, entonces estás conduciendo mal, estas equivocando la ruta. Si te das la pequeña aunque tal vez inútil libertad de explotar, entonces por lo menos sentirás el gusto de un sabor rancio que buscaba ser vomitado y, quizás, puedas barajar y dar de nuevo.

Un brindis para Mike Leigh y su obra, para un director cuyas inquietudes son significativamente parecidas a las de todos nosotros.