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Voto de Sebastia:
9
28 de marzo de 2020
1 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película interesante, sin ser una obra maestra, que empieza donde otras acaban (el final de la II Guerra Mundial) y que nos sitúa en un ámbito poco trillado en el llamémosle género bélico-carcelario: el de la vida de los prisioneros alemanes en los campos soviéticos después de la contienda (en total, contando también con militares de países aliados de Alemania, fueron unos tres millones de soldados, los últimos de los cuales fueron repatriados en 1955).
Nos encontramos en un campo de prisioneros soviético, custodiado por mujeres, al cual es enviado un nutrido grupo de prisioneros alemanes. Pero no estamos ante la típica cinta de crueldad y sadismo hacia los reclusos (tan habitual, por ejemplo, cuando la acción se centra en los campos de prisioneros japoneses), ni menos aún ante un film sobre fugas (como sería el caso de la huida de un soldado alemán narrada en la magnífica Hasta donde los pies me lleven, cinta dirigida en el 2001 por Hardi Martins), sino ante una película de relaciones humanas en dónde el odio inicial de las carceleras hacia “los nazis que matasteis a muestras familias” se va transformando a través del contacto diario.
No es pues una obra maniquea en ningún sentido: tanto en el bando soviético como en el germano encontramos personajes sin escrúpulos que quieren medrar a cualquier precio, pero sobre todo hombres y mujeres golpeados física y anímicamente por la guerra que sólo desean superar esa pesadilla y volver a casa de la forma más digna posible.
Especialmente emotiva es la secuencia del baile en dónde coinciden la orquesta formada por prisioneros alemanes y un grupo de civiles rusos. Salvando las distancias en el tiempo y en el espacio, podríamos encontrarle un cierto paralelismo al episodio de confraternización entre soldados alemanes, franceses y británicos durante la I Guerra Mundial, episodio estupendamente narrado en la cinta Joyeux Noel, de Christian Carion.
En fin, destacan, como no, las actuaciones de Vera Farmiga, en una mesurada y emotiva interpretación de la médica rusa del campo, y del casi siempre espléndido John Malkovich, bordando el papel de duro –que no cruel– coronel soviético que se erige como máximo responsable del campo.
Nos encontramos en un campo de prisioneros soviético, custodiado por mujeres, al cual es enviado un nutrido grupo de prisioneros alemanes. Pero no estamos ante la típica cinta de crueldad y sadismo hacia los reclusos (tan habitual, por ejemplo, cuando la acción se centra en los campos de prisioneros japoneses), ni menos aún ante un film sobre fugas (como sería el caso de la huida de un soldado alemán narrada en la magnífica Hasta donde los pies me lleven, cinta dirigida en el 2001 por Hardi Martins), sino ante una película de relaciones humanas en dónde el odio inicial de las carceleras hacia “los nazis que matasteis a muestras familias” se va transformando a través del contacto diario.
No es pues una obra maniquea en ningún sentido: tanto en el bando soviético como en el germano encontramos personajes sin escrúpulos que quieren medrar a cualquier precio, pero sobre todo hombres y mujeres golpeados física y anímicamente por la guerra que sólo desean superar esa pesadilla y volver a casa de la forma más digna posible.
Especialmente emotiva es la secuencia del baile en dónde coinciden la orquesta formada por prisioneros alemanes y un grupo de civiles rusos. Salvando las distancias en el tiempo y en el espacio, podríamos encontrarle un cierto paralelismo al episodio de confraternización entre soldados alemanes, franceses y británicos durante la I Guerra Mundial, episodio estupendamente narrado en la cinta Joyeux Noel, de Christian Carion.
En fin, destacan, como no, las actuaciones de Vera Farmiga, en una mesurada y emotiva interpretación de la médica rusa del campo, y del casi siempre espléndido John Malkovich, bordando el papel de duro –que no cruel– coronel soviético que se erige como máximo responsable del campo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Una película interesante, sin ser una obra maestra, que empieza donde otras acaban (el final de la II Guerra Mundial) y que nos sitúa en un ámbito poco trillado en el llamémosle género bélico-carcelario: el de la vida de los prisioneros alemanes en los campos soviéticos después de la contienda (en total, contando también con militares de países aliados de Alemania, fueron unos tres millones de soldados, los últimos de los cuales fueron repatriados en 1955).
Nos encontramos en un campo de prisioneros soviético, custodiado por mujeres, al cual es enviado un nutrido grupo de prisioneros alemanes. Pero no estamos ante la típica cinta de crueldad y sadismo hacia los reclusos (tan habitual, por ejemplo, cuando la acción se centra en los campos de prisioneros japoneses), ni menos aún ante un film sobre fugas (como sería el caso de la huida de un soldado alemán narrada en la magnífica Hasta donde los pies me lleven, cinta dirigida en el 2001 por Hardi Martins), sino ante una película de relaciones humanas en dónde el odio inicial de las carceleras hacia “los nazis que matasteis a muestras familias” se va transformando a través del contacto diario en un sentimiento de comprensión, compasión e incluso amor.
No es pues una obra maniquea en ningún sentido: en el bando soviético encontramos desde la más comprensiva y generosa de las mujeres a la guardiana sin escrúpulos que quiere medrar a costa de sus compañeras y que no duda en robar comida y colgarle el muerto a un prisionero; mientras que en el lado alemán tenemos también un poco de todo: crueles nazis que esconden su verdadera identidad bajo el aspecto de cándidos soldados; el militar que no tiene problemas en denunciar a sus compañeros esperando conseguir el pasaporte de regreso a casa y, por encima de todo, hombres derrotados pero con buenos sentimientos que sólo quieren sobrevivir de la forma más digna posible.
Especialmente emotiva es la secuencia del baile en dónde coinciden prisioneros alemanes y un grupo de viudas rusas. Salvando las distancias en el tiempo y en el espacio, podríamos encontrarle un cierto paralelismo al episodio de confraternización entre soldados alemanes, franceses y británicos durante la I Guerra Mundial, episodio estupendamente narrado en la cinta Joyeux Noel, de Christian Carion. Y es que al final lo que acaba imponiéndose, sobre todo entre los soldados de a pie hartos de dejarse la juventud y la vida en las trincheras (o en los barracones de prisioneros), son los sentimientos de humanidad, hermandad y solidaridad. En algunas ocasiones, al menos.
En fin, destacan, como no, las actuaciones de Vera Farmiga, en una mesurada y emotiva interpretación de la médica rusa del campo, y del casi siempre espléndido John Malkovich, bordando el papel de duro –que no cruel– coronel soviético que se erige como máximo responsable del campo.
Nos encontramos en un campo de prisioneros soviético, custodiado por mujeres, al cual es enviado un nutrido grupo de prisioneros alemanes. Pero no estamos ante la típica cinta de crueldad y sadismo hacia los reclusos (tan habitual, por ejemplo, cuando la acción se centra en los campos de prisioneros japoneses), ni menos aún ante un film sobre fugas (como sería el caso de la huida de un soldado alemán narrada en la magnífica Hasta donde los pies me lleven, cinta dirigida en el 2001 por Hardi Martins), sino ante una película de relaciones humanas en dónde el odio inicial de las carceleras hacia “los nazis que matasteis a muestras familias” se va transformando a través del contacto diario en un sentimiento de comprensión, compasión e incluso amor.
No es pues una obra maniquea en ningún sentido: en el bando soviético encontramos desde la más comprensiva y generosa de las mujeres a la guardiana sin escrúpulos que quiere medrar a costa de sus compañeras y que no duda en robar comida y colgarle el muerto a un prisionero; mientras que en el lado alemán tenemos también un poco de todo: crueles nazis que esconden su verdadera identidad bajo el aspecto de cándidos soldados; el militar que no tiene problemas en denunciar a sus compañeros esperando conseguir el pasaporte de regreso a casa y, por encima de todo, hombres derrotados pero con buenos sentimientos que sólo quieren sobrevivir de la forma más digna posible.
Especialmente emotiva es la secuencia del baile en dónde coinciden prisioneros alemanes y un grupo de viudas rusas. Salvando las distancias en el tiempo y en el espacio, podríamos encontrarle un cierto paralelismo al episodio de confraternización entre soldados alemanes, franceses y británicos durante la I Guerra Mundial, episodio estupendamente narrado en la cinta Joyeux Noel, de Christian Carion. Y es que al final lo que acaba imponiéndose, sobre todo entre los soldados de a pie hartos de dejarse la juventud y la vida en las trincheras (o en los barracones de prisioneros), son los sentimientos de humanidad, hermandad y solidaridad. En algunas ocasiones, al menos.
En fin, destacan, como no, las actuaciones de Vera Farmiga, en una mesurada y emotiva interpretación de la médica rusa del campo, y del casi siempre espléndido John Malkovich, bordando el papel de duro –que no cruel– coronel soviético que se erige como máximo responsable del campo.