Junto con Kung-Fú contra los siete vampiros de oro, la productora británica intentaba mezclar géneros para intentar salvarse de un hundimiento que ya se preveía. Aquí se mezcla de nuevo el vampirismo, la novela de folletín, y el aire detectivesco sobrenatural que impulsaron escritores como Conan Doyle o Blackwood. Tiene aspectos visuales destacables, y no sólo por la Caroline Munro, como las flores que se marchitan al paso del vampiro o esa congelación temporal. Es curiosa, con un protagonista que da el pego en el aspecto físico, pero cuyas dotes como actor no parecen muy desarrolladas. En tal caso mereció mejor suerte que la de terminar de cavar la tumba de la añorada Hammer.