Vivir apartado en el desierto, sin trabajo remunerado, con tan sólo 5000 dólares al año para una familia que tiene una hija de 12 años parece imposible. Sin embargo, en esta cinta parece plausible que estos tres personajes hagan su tranquila vida viviendo de lo que ellos cultivan y recogen en el vertedero, en pleno contacto con la naturaleza y prescindiendo de los avances tecnológicos de la sociedad de consumo. Inmersos en la tranquilidad de Nuevo Méjico, reciben la visita de un empleado de hacienda porque hace siete años que no hacen la declaración y curiosamente les sale a pagar mil y pico dólares. El dinero en la película es un aspecto importante, ya que se menciona constantemente como una forma de explicar que es posible vivir con mucho menos dinero del que un puesto de trabajo pueda ofrecer, porque el truco es hallarse fuera del circuito del consumo propio de nuestras sociedades capitalistas. La pintura también es relevante porque este empleado de hacienda se queda atrapado por la magia del lugar y una repentina y afiebrada enfermedad que le obliga a permanecer en la casa hasta que se repone, pero ya nunca más la dejará y enamorado de la esposa se dedica a pintar en el reverso de unos rollos de papel pintado. Morirá inexplicablemente mientras pinta y sus cuiadros servirán para pagar las necesidades de esta peculiar familia.
También la depresión del padre supone otro tema fundamental al mostrarnos su resistencia a tomar antidepresivos por considerarlos una droga y la forma tradicional hopi con que se cura esta curiosa familia que acude al dentista pagándole con trueque, es decir, con intercambio de servicios.
El retrato de una forma de vida contraria a la consumista de las ciudades está hecho con un ritmo muy pausado para reflejar esa vida sin horarios ni stress y constituye un relato sincero de otras formas alternativas de vivir hoy en día.