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España España · santa cruz de tenerife
Voto de argonauta:
6
Comedia. Drama. Romance Hollywood, 1927. George Valentin es una gran estrella del cine mudo a quien la vida le sonríe. Pero con la llegada del cine sonoro, su carrera corre peligro de quedar sepultada en el olvido. Por su parte, la joven actriz Peppy Miller, que empezó como extra al lado de Valentin, se convierte en una estrella del cine sonoro. (FILMAFFINITY)
4 de marzo de 2012
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El cine adquirió en 1927 una de sus cualidades más expresivas: el sonido. Hoy, sin embargo, renuncia voluntariamente a ese recurso para componer una historia. No sólo se desprende de ese valor añadido, si no que recupera a conciencia la gesticularidad exagerada para suplir la ausencia de diálogos. El resultado de toda esta compleja batería de decisiones nos lleva a movernos en un terreno “novedoso” y “original” que, debido a la falta de proposiciones arriesgadas por parte de los productores, dota a esta película de la aureola de un puesto de prestigio por su diferencia. No nos parece que una producción muda, copiada hasta la extenuación de los recursos de sus viejísimas hermanas, pueda soportar una comparación de mérito con alguna de las películas realizadas en 2011. Sin embargo, tenemos que reconocer, que pese a las estridencias melodramáticas de la historia nos hemos divertido con las andanzas de George Valentin y su pequeño Terrier. La acción transcurre en plena efervescencia del cine mudo, y nos habla de las dificultadas de adaptarse a los cambios de una sociedad estadounidense frenética en pleno crack económico. Su paralelismo con el momento presente, y su melodramática historia de amor, granjean nuestra simpatía inmediata, a pesar de la conciencia de pérdida voluntaria de posibilidades expresivas. No obstante, Michel Hazanavicius demuestra en algunas escenas sus posibilidades creativas, al utilizar el sonido como un elemento más del conjunto, y la repetición de tomas como parte integrante de la maduración de la trama. La banda sonora resulta redundante pero necesaria para suplir la ausencia de sonido, consiguiendo una compleja y rica expresividad, casi obligatoria por las circunstancias. Los actores realizan un buen trabajo mímico, en especial Jean Dujardin, que nos regala en la primera mitad de la película un despliegue casi infinito de muecas, sonrisas y manejo del entrecejo virtuosísimos, acompañado del siempre fiel terrier que posee casi tantas posibilidades expresivas como su propio dueño. En definitiva, hemos seguido con interés este capricho retro, aunque todavía no podemos entender por qué renunciar a uno de los elementos expresivos más importantes que tiene en sus manos un director de cine. Esperemos que no cunda el ejemplo.
argonauta
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