Compuesta como un ejercicio de staccato virtuoso para la era de los ordenadores portátiles, la tercera película de Nacho Vigalondo repite los movimientos de la primera, pero obvia casi todas las perversas e interesantes relaciones que allí tenían lugar. Elijah Wood da vida a un fan que debe espiar a una actriz bajo presión (Sasha Grey) a quien un sádico inglés pretende raptar, encarnado por Neill Maskell. La película se vuelve innecesariamente complicada - aparecen un grupo extravagante de conspiradores - para ser finalmente convencionalísima, con el chico ganando el fervor de la chica y el villano vencido. El staccato virtuoso pierde interés en cuanto el mundo al que viajamos es, inevitablemente, menos perverso o esencial que el de los ecos aquí convocados.

Con todo, Vigalondo ofrece algún que otro plano memorable (el asesino reflejado en la punta de un cuchillo es un toque digno de sus admirados DePalma y Argento) y demuestra que siempre hay un cineasta detrás de esta película.

Hay algo francamente apreciable en su obsesiva preocupación por la forma de la película. En este caso, la capacidad imaginativa queda menguada por unas hipotecas iniciales que han envejecido con prontitud: la idea de que los ordenadores portátiles son "testigos" de nuestras relaciones resulta ya un anacronismo. Siendo el ordenador un medio y no un fin, no tanto un dispositivo de crear relaciones como de almacenar correos y trabajos, el comentario es altamente ingenuo. Como la historia es de amor y de chico frente a chica, uno desearía que regresara el cortometrajista invencible y el cineasta admirable que ha venido siendo todo este tiempo.