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Voto de Fco Javier Rodríguez Barranco:
9
Drama Polonia, 1960. Anna (Agata Trzebuchowska), una novicia huérfana que está a punto de hacerse monja, descubre que tiene un pariente vivo: una hermana de su madre que no quiso hacerse cargo de ella de niña. La madre superiora obliga a Anna a visitarla antes de tomar los hábitos. La tía, una juez desencantada y alcohólica, cuenta a su sobrina que su verdadero nombre es Ida Lebenstein, que es judía y que el trágico destino de su familia se ... [+]
27 de febrero de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace tiempo que sostengo que lo único que merece la pena de la entrega de los Oscar es el de Mejor película en habla no inglesa, y si no lo único, sí lo más destacable. Este año ese premio ha sido concedido a Ida (2013), de Pawel Pawlikowski, lo cual ha constituido el colofón a una larguísima lista de galardones anteriores.

De donde se agradece que la reciente concesión de los Oscars haya permitido su regreso a las pantallas españolas, y este humilde comentador haya podido verla por segunda vez.

Si empezamos por las cuestiones técnicas, que no sé por qué, suelen dejarse para el final, lo primero que llama la atención es la descolocación de los encuadres dentro de una fotografía que más que blanco y negro, es sombra y negro, con particular predilección a situar a la figura que se retrata en los ángulos inferiores, hasta tal punto que en una ocasión los subtítulos no son sub, sino supra, puesto que han de colocarse encima de los personajes. Es una fotografía con un inmenso poder de elocuencia: la austeridad del mundo que narra haya el correlato perfecto en ella, incluso en las escenas exteriores, que mantienen el aliento tenebroso que caracteriza a todo el filme. Y llama también la atención el formato 1:1 que en este caso acentúa la austeridad, yo diría incluso que vacío, social en que se desarrolla la película.

También en el plano técnico, la banda sonora limita su aparición a lo que el guion pide en cada momento, y por ello, Ida tiene música cuando los actores ponen un vinilo, encienden la radio, o se recrea una orquesta en el salón de un hotel, y todo ello enfatiza el rigor de los silencios y hace verosímil el fondo musical, como de bajo continuo, Bach es uno de los compositores que se oyen en esta producción, sólo cuando así lo permite la acción. El mundo de lo clásico tiene cabida en la película de Pawlikowski, pero también “Naima”, de John Coltrane, o “24 mille baci”, por Adriano Celentano. Convivencia, pues de lo clásico con lo contemporáneo (la acción se sitúa en 1960), o del jazz más profundo, más bebop, con la ligereza del pop de cuño San Remo: música capitalista aureolada por los acrodes de “La Internacional”, en una película que se constituye como un rosario de dualidades esenciales, de las que pasamos a hablar seguidamente.

Si nos situamos ya en la historia en sí, el punto de arranque es un convento en medio de la nada, en un país dominado por la austeridad soviética, en el que habitan no más de diez monjas y media docena de novicias. De manera que, con tan mínimos elementos se construye una película excepcional. La superiora del convento pide a Anna (interpretada por Agata Kulesza) que visite a su único pariente vivo, es decir, su tía Wanda (interpretada por Agata Trzebuchowska), a quien no conoce aún, antes de tomar los votos como religiosa. Y Anna encuentra a su tía para descubrir que no es Anna, sino Ida, y que no es cristiana, sino judía, toda cuya familia fue exterminada durante la Segunda Guerra Mundial. Para Ida se impone conocer la verdad, y es el camino que inicia junto a su tía, que ocupa un cargo en la judicatura polaca y disfruta, por lo tanto, de una serie de prebendas burguesas inaccesibles para el pueblo: tabaco, coche, apartamento.

Dos mujeres, dos religiones, dos generaciones, y dos actitudes: Ida sufre por lo que no conoce, con el hábito por sudario, no ha visto nada del mundo, ni sabe la verdadera historia de sus padres. Ida es una muerta en vida: tan sólo ha visto lo que sucede dentro de las paredes del convento, cuya desnudez ambiental recuerda la imagen que tenemos todos de la Alta Edad Media. Pero Wanda sufre por lo que conoce y que ha bloqueado escépticamente sus sentimientos. Wanda es una viva en muerte.

En los créditos oficiales de la película, Agata Trzebuchowska es la protagonista y Agata Kulesza es actriz de reparto, pero muy bien podían haber sido ambas co-protagonistas. En mi juicio personal, así lo son. Kulesza lo expresa todo en su mirada vacía: son unos ojos que no han visto nada, que están por llenar en unos planos cuya plasticidad, en blanco y negro, como hemos dicho antes, recuerda en ocasiones la de La joven de la perla, de Johannes Vermeer, un cuadro conocido también como Muchacha con turbante, lo que en la película de Pawlikowski se sustituye por la toca de la hermana Anna-Ida. De hecho, es portentoso el parecido de la modelo que utilizara el pintor flamenco en su día y el de la actriz polaca contemporánea. Los ojos de Wanda, en cambio, se han vaciado por todo lo que han visto.

El vacío intacto de Ida y el vacío germinado de Wanda. Fragmentos desgarrados de intrahistoria, si recordamos a Unamuno, o el yermo de las almas, si mencionamos a Valle-Inclán.

Nos queda aún otra dualidad y con esto termino, y es la de la libertad y el miedo, o por mejor decir, el miedo a la libertad, de lo que se ocupó largamente en 1941 Erich Fromm, gran fustigador de los totalitarismos, que es, en definitiva, el telón de fondo sobre el que se construye Ida. Recordemos una de sus más conocidas citas: “El acto de desobediencia como acto de libertad es el comienzo de la razón”, dejó dicho el filósofo, lo que de manera irónica parafraseó Katherine Hepburn: “Si cumples todas las reglas, te pierdes la diversión”. Pero Wanda ha sido fiel al Partido hasta las últimas consecuencias e Ida no sabe qué hacer con el saxofonista, intérprete de Coltrane, que aparece casualmente en su vida.

Convento vs. jazz en la Polonia comunista, con las heridas de la Segunda Guerra Mundial todavía abiertas, ¿hay quién dé más?
Fco Javier Rodríguez Barranco
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