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Voto de Keichi:
7
8 de septiembre de 2012
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En este largometraje Truffaut vuelve a tocar una de sus temáticas predilectas, la del género femenino. La película rememora las muchas conquistas de Bertrand Morane, un hombre que vive exclusivamente por y para las mujeres al que interpreta un estupendo Charles Denner. Como muchos otros trabajos del director, se trata de un film a medio camino entre la comedia y el drama del que se extraen interesantes reflexiones sobre las relaciones de pareja y el eterno dilema del amor. Acompañando a Denner se van sucediendo un nutrido grupo de actrices, destacando Nelly Borgeaud, Geneviève Fontanel y Nathalie Baye. Para esta película se recupera la fotografía de Néstor Almendros, mientras que la música vuelve a incluir temas de Maurice Jaubert. Años más tarde Blake Edwards rodó un remake protagonizado por Burt Reynolds titulado Mis problemas con las mujeres.
Nos hallamos sin duda ante una de las películas más autobiográfica del realizador. Detrás de cada amante, de cada mujer, se intuyen las historias de amor del propio Truffaut, hasta la primera de todas ellas que es la de la madre. Pero no encontraremos la promiscuidad de un conquistador al uso en su fetichismo por las piernas heredado de Buñuel. Efectivamente, el amante-seductor del film no es más que otro Antoine Doinel, un niño adulto más incapaz de comprometerse que no dispuesto a ello. Truffaut vuelve a insistir en la idea de que el amor libre nunca lo es en términos absolutos. Pero si Truffaut amaba a las mujeres, también hacía lo propio con los libros y por ello referencia aquí su proceso creativo. Del mismo modo que ocurriera en La noche americana con el cine, el director nos habla del oficio del escritor, de los recuerdos que perduran en el texto y la necesidad de volver a narrar un mismo hecho desde otro punto de vista, sin saber siquiera adónde nos lleva.
Nos hallamos sin duda ante una de las películas más autobiográfica del realizador. Detrás de cada amante, de cada mujer, se intuyen las historias de amor del propio Truffaut, hasta la primera de todas ellas que es la de la madre. Pero no encontraremos la promiscuidad de un conquistador al uso en su fetichismo por las piernas heredado de Buñuel. Efectivamente, el amante-seductor del film no es más que otro Antoine Doinel, un niño adulto más incapaz de comprometerse que no dispuesto a ello. Truffaut vuelve a insistir en la idea de que el amor libre nunca lo es en términos absolutos. Pero si Truffaut amaba a las mujeres, también hacía lo propio con los libros y por ello referencia aquí su proceso creativo. Del mismo modo que ocurriera en La noche americana con el cine, el director nos habla del oficio del escritor, de los recuerdos que perduran en el texto y la necesidad de volver a narrar un mismo hecho desde otro punto de vista, sin saber siquiera adónde nos lleva.