Tanto su línea de diseño como la música obra del mismo Carpenter, aportación frecuente de ver en este hombre multifacético en sus películas, hacen de ella un western infiltrado en convivencia con lo que lógicamente predomina, el terror de vampiros. Con mucha traza ruda, estos vampiros y, especialmente, sus cazadores mostrados por John Carpenter, distan con mucho de la novela romántica que Stoker fraguó. Acostumbrado como es a ser más expeditivo, toda aspereza recae sobre los hombros de Crow (James Woods), jefe de un grupo de mercenarios a sueldo del Vaticano a quien le rinde cuentas, acabando con el mercado de chupasangres a cambio de suculentos honorarios y los placeres de la carne tras una buena jornada de caza. Le acompañan el fornido Daniel Baldwin, actor hierático donde los haya y Sheryl Lee, cuyo mayor y, en realidad, único logro estuvo en ponerle rostro a la difunta Laura Palmer en la inolvidable 'Twin Peaks' del irregular David Lynch.
Carpenter muestra una cosa singular con sus vampiros, dejando la impulsividad y el factor más agresivo en manos de los cazadores. Sin embargo, con la presa está listo y no se olvida de dónde viene: aires góticos y mayor sutileza otorgada en torno a la figura de un líder supremo de nombre Valek, el origen de una estirpe con más fuerza y más astucia que ningún otro.

Tejemanejes oscuros, traiciones y un amor condenado al fracaso quedan parcialmente soterrados bajo la oscuridad de la noche y los chamizos de Nuevo México en esta curiosa pero entretenida aportación vampírica.