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Voto de McCunninghum:
10
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8.3
29,739
Comedia
Johnny Gray (Buster Keaton) es maquinista en un estado del Sur y tiene dos grandes amores: una chica (Anabelle Lee) y una locomotora (La General). En 1861, al estallar la Guerra de Secesión, Johnny intenta alistarse, pero el ejército considera que será más útil trabajando en la retaguardia. Sin embargo, Anabelle cree que es un cobarde y lo rechaza. El maquinista sólo podrá demostrar su auténtico valor cuando un comando nordista ... [+]
1 de abril de 2010
42 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una escena de “Los soñadores” de Bertolucci, el personaje de Teo (interpretado por el hijo de Philipe Garrel, que dirigiría la cara oscura de la misma historia en su magnífica “Les amants reguliers”) discute con el personaje yanqui (Michael Pitt) acerca de quién es mejor: Keaton o Chaplin. El yanqui no duda: Charlot. Teo, indignado, sostiene que los americanos nunca han comprendido a Keaton. O lo uno o lo otro. Hay que elegir. Dilema kierkegaardiano, vital.
Esta diatriba ha perseguido históricamente la figura de Keaton, perfectamente difusa bajo la omnímoda sombra del genial Chaplin. En la elección que la propia historia del cine ha hecho acerca de su propia constelación, aparece la elección de una visión del mundo en particular. Visión del mundo que se ha reproducido (la imagen debordiana del espectáculo como un mundo invertido y proyectado). Porque, no nos llevemos a engaño: la oposición Keaton/Chaplin representa una decisión política y una posición ideológica, más allá del gusto cinéfilo por el slapstick o la comedia moralizante. Lo que la oposición Keaton/Chaplin desvela es la oposición entre el humanismo y su contrario, el inhumanismo, encarnado en la figura del individualista sin afectos: Cara de palo.
La histórica elección humanista no puede sorprendernos: es la democracia. Chaplin, sempiterna encarnación de los derechos del hombre y la humanidad (y no sólo en su primerísimo y famoso speech), representa sus ideales cuando elige para sí la figura del mediador (evanescente) social, como explica en repetidas ocasiones el pensador cinéfilo Slavoj Zizek: simboliza la mancha que se sitúa en el centro del conflicto, como un obstáculo o nudo que, tras su mágica aparición y desaparición, cohesiona al grupo, alejándose. Sin embargo, Keaton, ¿qué papel representa? ¿Qué figura política encarna?
Arriba mencionábamos el inhumanismo: antes de llevarnos las manos a la cabeza; por oposición a la elección democrática, lo inhumano representa lo no democrático. Se diría: el anarquismo, y bien que se diría. Frente al marginado cohesionador (la figura del Otro vinculante que Chaplin, como buen judío occidental, representa), el aislado, el des-vinculado. Sus figuras son varias, casi todas francesas: el acéfalo, el de la comunidad inconfesable, el despoblador habitante del cilindro… No es baladí que fueran los franceses cahieristas (esos jóvenes salvajes, esos bebés), todos capitidisminuídos, los que re-descubrieran a Keaton para la historia del cine. Y que su filme surrealista de los 60 (el así llamado “Film”, como el textículo de Samuel Beckett en que se basa), fuera una aterradora película sobre la pérdida del propio rostro, además del sentido. Más allá de una Cara de Palo, la mirada desierta.
(sigue en spoiler)
Esta diatriba ha perseguido históricamente la figura de Keaton, perfectamente difusa bajo la omnímoda sombra del genial Chaplin. En la elección que la propia historia del cine ha hecho acerca de su propia constelación, aparece la elección de una visión del mundo en particular. Visión del mundo que se ha reproducido (la imagen debordiana del espectáculo como un mundo invertido y proyectado). Porque, no nos llevemos a engaño: la oposición Keaton/Chaplin representa una decisión política y una posición ideológica, más allá del gusto cinéfilo por el slapstick o la comedia moralizante. Lo que la oposición Keaton/Chaplin desvela es la oposición entre el humanismo y su contrario, el inhumanismo, encarnado en la figura del individualista sin afectos: Cara de palo.
La histórica elección humanista no puede sorprendernos: es la democracia. Chaplin, sempiterna encarnación de los derechos del hombre y la humanidad (y no sólo en su primerísimo y famoso speech), representa sus ideales cuando elige para sí la figura del mediador (evanescente) social, como explica en repetidas ocasiones el pensador cinéfilo Slavoj Zizek: simboliza la mancha que se sitúa en el centro del conflicto, como un obstáculo o nudo que, tras su mágica aparición y desaparición, cohesiona al grupo, alejándose. Sin embargo, Keaton, ¿qué papel representa? ¿Qué figura política encarna?
Arriba mencionábamos el inhumanismo: antes de llevarnos las manos a la cabeza; por oposición a la elección democrática, lo inhumano representa lo no democrático. Se diría: el anarquismo, y bien que se diría. Frente al marginado cohesionador (la figura del Otro vinculante que Chaplin, como buen judío occidental, representa), el aislado, el des-vinculado. Sus figuras son varias, casi todas francesas: el acéfalo, el de la comunidad inconfesable, el despoblador habitante del cilindro… No es baladí que fueran los franceses cahieristas (esos jóvenes salvajes, esos bebés), todos capitidisminuídos, los que re-descubrieran a Keaton para la historia del cine. Y que su filme surrealista de los 60 (el así llamado “Film”, como el textículo de Samuel Beckett en que se basa), fuera una aterradora película sobre la pérdida del propio rostro, además del sentido. Más allá de una Cara de Palo, la mirada desierta.
(sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Keaton no es un marginal y/o marginado porque está precisamente y siempre fuera del grupo. Como la propia Guerra, que pasa a su lado sin él enterarse, o como los grupos que él cree dirigir y nunca le siguen en sendos gags al comienzo del filme de “El maquinista…” Su humor no es el entrañable y amable de Chaplin, aquel en el que su propio cuerpo y su rostro son ya una incitación a la sonrisa cándida, sino el humor cruel que mete a una mujer en un saco, la tira, la pisotea: el primer amor de Keaton es como el del Beckett en “Primer Amor”: una onanista paranoia misógina. Keaton, incluso, le hace el amor a las máquinas: sus gags son muy frecuentemente dispositivos mecánicos (como en “La casa eléctrica”), que juegan, para su/nuestro alborozo, con las personas y con él mismo. Lejos el anti-maquinismo de “Tiempos Modernos”. La de Keaton, como la del futurismo o el dadaísmo, es una primitiva mirada protopunk.
El de Keaton nunca fue un rostro amable. Tenía el angulado gesto de un aristócrata o un alucinado: no en vano, se parece a Antonin Artaud. Su soledad es la del loco-vivo, y no el vagabundo feliz. El final uniformado de “El maquinista…” con beso y todo, no puede ser sino un sarcasmo: obtiene el uniforme por un tiempo, en cuanto se quite el disfraz, podrá verse lo que realmente es. Y entonces sí quedará solo. Pero no como Chaplin: Keaton no habrá proporcionado felicidad a raudales ni candor a espuertas, dejando al grupo bien ahíto de humanidad y buenos sentimientos.
Como Teo, personaje de la película que a una generación bien joven le introdujo en la estética de la Nouvelle Vague y el 68, como el joven Garrel del que me enamoré soñando, la elección de Keaton es una elección vital. Porque no tener que elegir es la esencia de la libertad distante, también de un inhumano individualismo (el complejo Bartleby), pero elegir puede ser un acto de amor. ¿Y qué es si no la cinefilia? ¿Y la verdadera democracia, esa comunidad inconfesable por venir? Lo dicen esos franceses, esos keatonianos.
El de Keaton nunca fue un rostro amable. Tenía el angulado gesto de un aristócrata o un alucinado: no en vano, se parece a Antonin Artaud. Su soledad es la del loco-vivo, y no el vagabundo feliz. El final uniformado de “El maquinista…” con beso y todo, no puede ser sino un sarcasmo: obtiene el uniforme por un tiempo, en cuanto se quite el disfraz, podrá verse lo que realmente es. Y entonces sí quedará solo. Pero no como Chaplin: Keaton no habrá proporcionado felicidad a raudales ni candor a espuertas, dejando al grupo bien ahíto de humanidad y buenos sentimientos.
Como Teo, personaje de la película que a una generación bien joven le introdujo en la estética de la Nouvelle Vague y el 68, como el joven Garrel del que me enamoré soñando, la elección de Keaton es una elección vital. Porque no tener que elegir es la esencia de la libertad distante, también de un inhumano individualismo (el complejo Bartleby), pero elegir puede ser un acto de amor. ¿Y qué es si no la cinefilia? ¿Y la verdadera democracia, esa comunidad inconfesable por venir? Lo dicen esos franceses, esos keatonianos.