Este filme de la joven Carla Simón nos adentra en un ambiente cálido de verano mediante una fotografía maravillosa (por Santiago Racaj) y, no obstante, nos explica una realidad difícilmente tan bonita como el paisaje en el que ocurre el relato. El hilo argumental se limita a destapar las inquietudes y preocupaciones de la pequeña Frida mientras convive con su nueva familia en una masía alejada del mundo urbano, hecho que la directora realiza con una sutileza extraordinaria.

A medida que avanza el guión te vas dando cuenta de que el principal ingrediente de la película no es una trama muy desarrollada con giros que descolocan al espectador, sino una sencillez que evoluciona a lo largo del largometraje que se disfruta a través de los más mínimos detalles. Aun así, algo que me cautivó enormemente fue la sinceridad de los personajes; una interpretación humana, íntima y natural de Bruna Cusí que me enamoró por completo, un David Verdaguer que nos reafirma su talento y las dos niñas, magistralmente dirigidas por Carla Simón.

Sin duda alguna, estamos ante una fantástica ópera prima de la directora merecedora de los premios que ha recibido en la Berlinale, los Feroz, los Gaudí y los Goya, entre otros, que brilla por la prodigiosa actuación de Bruna Cusí y por la sutil belleza interna de la obra que consigue hacernos gozar y, a su vez, dejarnos con una sensación amarga que, a mi parecer, era uno de los objetivos de la autora.