Puede que esta tercera parte sea mejor que la segunda pero los signos de agotamiento que ya se manifestaban en el puente aquí siguen presentes. Aunque queda por debajo de la primera por falta de pegada no es que estemos ante una película mala. Lo que sí parece demostrarse es que el cambio de director no le acabo de sentar bien a la trilogía.

Es imposible quitarse la sensación de que estamos presenciando una especie de mini serie para televisión en mi tablet por la tarde en un fin de semana. Aunque se intenta alejar y desmarcar de ello la falta de recursos técnicos se hace muy patente desde el principio a pesar de que el proyecto es ambicioso. Conforme la película avanza El espectador se va acostumbrando más a ese tipo de sensaciones y acaba reinando la propia historia por encima de la película.

Noomi Rapace se despide de su Salander un poco agridulcemente. Si bien conectada con el papel frío y distante que requiere la película su continua cara de perdonavidas no luce tan bien como la veíamos en la primera parte. Es algo que también se arrastra desde la segunda, pero en cualquier caso sigue siendo interesante elevable a heroína de una nueva generación.

La conclusión es bastante evidente y quitando algunos destellos de la primera parte es aplicable a toda la trilogía: las películas eran buenas porque los libros lo eran. Lo que nos gusta de estas películas es su historia y su entramado y todo lo que tiene que ver con cuestiones cinematográficas queda muy por debajo de los mínimos de calidad.

A espera de que pasen unos días para comprobar el poso que deja me decanto por que la experiencia de la trilogía de Millennium no me ha acabado de ser excesivamente satisfactoria, al menos desde el punto de vista del séptimo arte. Ver la película de David Fincher sólo puede acentuar la sensación de qué éstas no son gran cosa, así que tengo miedo de verla.