Que una película sea pionera no implica, necesariamente, que sea buena. Existen muchos ejemplos de "alumnos" que superaron a sus "tutores". Y uso la palabra tutor, en lugar de maestro, porque Herk Harvey pudo guiar los pasos de muchos directores posteriores, pero sólo puso la primera piedra, los cimientos, sin llegar a alcanzar la excelencia de los que, sin duda, se inspiraron en 'El carnaval de las almas' para sentar las bases de lo que luego sería su cine.

Que George A. Romero, por citar al más obvio, entre otra serie de directores, bebe directamente de esta película, es una obviedad. De igual manera que es también una obviedad decir que Harvey bebe directamente del expresionismo alemán y de cierto cine surrealista con toques gótico/siniestros como la magnífica 'El hundimiento de la casa Usher' (me refiero a la de Epstein, no a la de Corman). Pero, como digo, eso no implica que estemos delante de una buena película.

La fotografía en blanco y negro de Maurice Prather, así como el dominio de la composición del encuadre y la puesta en escena de Harvey, son excepcionales. Sin embargo, la película se hunde por su propio peso por varias razones. La primera, un guión flojo, que parte de una buena premisa, pero que se ahoga con algunos diálogos que rozan lo ridículo, así como un plot twist final tan predecible como inverosímil; la segunda, unas interpretaciones que no es que sean malas, es que son nefastas por momentos; y la tercera, la escasa tensión a nivel de ritmo y atmósfera, que lastra a una película que acaba por hacerse un poco larga, pese a que dura apenas 75 minutos.

En definitiva, 'El carnaval de las almas' es un ejemplo perfecto de dos cosas. Una, que no toda película considerada de culto merece dicho nombre por su calidad intrínseca, pero sí quizás por otras cuestiones; y dos, que es una pena que Harvey no contara con mayor presupuesto, o el respaldo de alguna productora medianamente potente, porque resulta evidente que talento tras la cámara sí que tenía, y que puede que lo que le faltara para parir una auténtica genialidad fueran dinero y tiempo para rodar en plenitud de condiciones.