Sólo hay tres cosas interesantes de la película, siendo demasiado benevolentes:

1) El insólito aspecto de James Woods interpretando, con kilos de maquillaje y máscaras, a un anciano principal acusado de asesinato racista.

2) La aparición de Terry O'Quinn (el "John Locke" de Perdidos) como el juez que instruye el caso. Ya tenía en su cara esa sonrisita socarrona con la que nos obsequió a los "Losties" en muchos capítulos.

3) El más que correcto enfoque del racismo que provoca en el espectador una sincera reflexión sobre lo enferma que está la sociedad hoy en día, en donde se discrimina absolutamente a todos los que no piensen como uno o como el orden establecido.

Por lo demás, la película es enteramente prescindible, repite cosas que ya se han visto (con bastante más acierto y suspense) en otras entregas cinematográficas, el dúo protagonista no resulta creíble (ni Alec Baldwin ni mucho menos Whoopi Goldberg, a la que no le van en absoluto los papeles exclusivamente serios y sí los de contrapunto humorístico dentro de la solemnidad eventual), y muchos detalles importantes se pierden en tierra de nadie y no se les da la importancia que merecen. Y, ya está bien de utilizar las manidas trampas de sacarse un as de la manga argumental en medio de la película para justificar un vuelco de guión.