Peliculón que no llegará al gran público por su discrección, pero que merece la pena hasta la última escena. Brian Cox está inmenso en un papel lleno de matices, profundo, con varios discursos excepcionalmente narrados. Todos los actores bordan sus indeseables papeles, desde el chico insoportable y sociópata, hasta el pequeño papel de Robert Englund, que no sale más allá del umbral de su casa.

El tema del maltrato animal ha sido tratado hasta la saciedad, pero quizás faltaba una historia como esta, nada edulcorada, y que centra su atención en lo gratuito de la crueldad que puede llegar a ejercer el ser humano, retratando perfiles psicológicos muy definidos, centrando su historia en los hombres que conviven con animales. El protagonismo del perro que realmente sólo ocupa 5 minutos en pantalla es constante, pero la carga del dolor, y del sinsentido de su pérdida es magistralmente reflejada por Cox, un viudo anciano con una historia detrás que realmente no puede permitirse pasar por alto más sinsentido e injusticia.

Peliculón narrado con una factura limpia, con interpretaciones sobrias, y sin sensiblerías forzadas. Grata sorpresa.

¿Quien es el perro? Creo que el chico rubio.