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Voto de Jordirozsa:
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Terror
Un científico contacta con la hija de una asesina en serie para proponerle participar en la prueba de una tecnología experimental. El objetivo es introducirse en la mente de su madre, que en la actualidad se encuentra en coma, para comunicarse con ella. Pero el experimento no sale según lo planeado y acaba despertando los demonios del pasado de una forma inesperada y... ¿sobrenatural?
17 de febrero de 2024
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La peña dice que la «plandemia», con la que nos tuvieron con el ojete reducido a un tercio de su diámetro, y ha sido uno de los timos sanitarios más descarados de la historia reciente, no es excusa para el insatisfactorio resultado que hayan podido atribuir las desconcertadas expectativas de la audiencia, al director de ascendencia sudamericana y canadiense, Neill Blomkamp. Bueno en la ciencia ficción, y conocido mejor por su trabajo en la cinta de este género, «Distrito 9», de 2009.
Partimos de la premisa de que el cine canadiense no tiene demasiada buena papeleta entre el gran público, que lo considera una especie de marca blanca de la gran industria cinematográfica estadounidense, y aún más si se trata de cine independiente de terror, aunque eso, por otra parte, supone un mayor nivel de autonomía respecto a las posibles ataduras del sistema.
Lo cierto es que estos meses en que se tuvo al personal confinado con restricciones de movimiento y toda clase de atropellos a los derechos y libertades fundamentales de las personas, no supuso ninguna excepción en cuanto a problemas y dificultades sobreañadidos a los creadores artísticos del filme. El horno no estaba para bollos.
Pero demos gracias a que subsistan y pervivan los valientes del «indie». Es lógico que, con un buen puñado de milloncejos, cualquier realizador con un mínimo de idea y habilidad puede hacer un producto potable, aunque tener «mortadelos» no es condición suficiente, y a veces innecesaria para hacernos estremecer durante la reglamentaria hora y media de metraje.
Dadas las circunstancias, Blomkamp hace un trabajo que resulta interesante por la ya implementada, por referentes como «The Thing» (1982), y «Aliens» (1979) (nombrando solo a dos grandes), y no nueva, combinación entre el horror (aquí, el de las posesiones y lo diabólico) con la ciencia ficción. En particular, en lo que se refiere al fascinante mundo de las realidades creadas digitalmente. Algo que resulta especialmente atractivo, puesto que estas experiencias virtuales son lo que en la actualidad conocemos como más cercanas y tangibles a esos mundos oníricos, imaginados o fantaseados, frutos de la actividad constructiva de nuestra mente. O, como se argumenta desde varias posiciones y hermenéuticas, portales a las dimensiones paralelas y desconocidas que se creen o suponen anejas a nuestras vivencias más empíricas.
Con un presupuesto muy ajustado, Blomkamp se las ingenia para construir una historia con un gran potencial. Pero con visibles y molestas limitaciones que diluyen la carga de contenido que habría podido lucir mejor en esta cinta. Aunque paupérrimo y minimalista, el set que define la realidad «física» del relato es preferible al tosco y rudimentario diseño de los espacios virtuales que recrean los escenarios de la mente de los personajes.
En los procesos de advenimiento en el universo pesadillesco de la protagonista y de su madre, las vivencias en los territorios de terror que se nos presentan carecen del suficiente poder de sobrecogimiento y visión terrorífica que tendría que suscitar una fantasía tenebrosa y macabra como la que se nos pretende contar, tanto a nivel dramático como emocional. Falta potencia en la inducción de atmósfera de miedo y pánico en el espectador. Y no me refiero a sustos de salto de gato, sino a nivel de diseño gráfico en las escenas de realidad construida por ordenador; lo que se ve representa la lectura o interpretación de los científicos y los médicos que estudian a la paciente comatosa, con la presunta presencia en su mente de un demonio. Nos encontramos en una especie de «Minecraft» con una resolución propia de animaciones e ilustraciones, con renders que nos recuerdan los juegos de ordenador o videojuegos de los años 80 y 90 del pasado siglo.
Aunque a mí, personalmente, me quedó la duda de si este alto nivel (de cutrez, por supuesto) no será algo hecho a posta para el directo contraste con el nivel de realismo que adquiere esta subcapa onírica cuando nos hallamos en el punto de vista de los personajes. Una especie de diégesis dentro de otra, como otras películas en las que operan dos planos existenciales y, en un momento dado, se produce una ósmosis e incluso vertido entre ellos.
En el caso de «Demonic», no será diferente, pues en el transcurso del desarrollo la narrativa abrirá esa puerta, y es entonces cuando «Minecraft» se convertirá en una suerte de «Fortnite» en ese primer plano real, que al final llegará a ser tanto o más surrealista que el trasfondo subdiegético del mundo de sueños en el que la protagonista contactará con su madre. Esta puerta abierta será la que permita al ente maligno o demonio tomar forma física, y es cuando, supuestamente para pánico del espectador, se convierte en un peligro tangible al que se tendrá que hacer frente en esta altura del guion.
Blomkamp, ni corto ni perezoso, no solo no nos trae de vuelta del formato cómic/videojuego en el que nos había sumergido (lo cual ya nos da pistas sobre el potencial público diana) sino que lo exacerba con el pelotón de «curas soldados» que irán al exorcismo como Chuck Norris, en la saga de «Desaparecido en combate», con sus misiones. Y, al igual, asistiremos a un espectáculo de fuegos artificiales (eso sí, más modesto, pues el pecunio disponible es el que es).
En vez de una marabunta de vietnamitas con sus AK-47, tendremos a los «padres Rambo» haciendo su incursión en territorio de un monstruoso demonio encarnado en un pájaro. No está nada mal, un bicho interesante: la asociación del demonio con la figura del cuervo, un clásico en las representaciones del maligno, pero los efectos con los que construyen al «animalito» dejan bastante que desear.
El cinematógrafo Byron Koopman tiene buenos planos. Puntualmente, logra construir sobrecogedores encuadres en los que la luz, la textura y la composición hablan muy bien de él, logrando hasta que la mamá poseída requiera solo una mínima expresión de maquillaje para resultar realmente inquietante.
Partimos de la premisa de que el cine canadiense no tiene demasiada buena papeleta entre el gran público, que lo considera una especie de marca blanca de la gran industria cinematográfica estadounidense, y aún más si se trata de cine independiente de terror, aunque eso, por otra parte, supone un mayor nivel de autonomía respecto a las posibles ataduras del sistema.
Lo cierto es que estos meses en que se tuvo al personal confinado con restricciones de movimiento y toda clase de atropellos a los derechos y libertades fundamentales de las personas, no supuso ninguna excepción en cuanto a problemas y dificultades sobreañadidos a los creadores artísticos del filme. El horno no estaba para bollos.
Pero demos gracias a que subsistan y pervivan los valientes del «indie». Es lógico que, con un buen puñado de milloncejos, cualquier realizador con un mínimo de idea y habilidad puede hacer un producto potable, aunque tener «mortadelos» no es condición suficiente, y a veces innecesaria para hacernos estremecer durante la reglamentaria hora y media de metraje.
Dadas las circunstancias, Blomkamp hace un trabajo que resulta interesante por la ya implementada, por referentes como «The Thing» (1982), y «Aliens» (1979) (nombrando solo a dos grandes), y no nueva, combinación entre el horror (aquí, el de las posesiones y lo diabólico) con la ciencia ficción. En particular, en lo que se refiere al fascinante mundo de las realidades creadas digitalmente. Algo que resulta especialmente atractivo, puesto que estas experiencias virtuales son lo que en la actualidad conocemos como más cercanas y tangibles a esos mundos oníricos, imaginados o fantaseados, frutos de la actividad constructiva de nuestra mente. O, como se argumenta desde varias posiciones y hermenéuticas, portales a las dimensiones paralelas y desconocidas que se creen o suponen anejas a nuestras vivencias más empíricas.
Con un presupuesto muy ajustado, Blomkamp se las ingenia para construir una historia con un gran potencial. Pero con visibles y molestas limitaciones que diluyen la carga de contenido que habría podido lucir mejor en esta cinta. Aunque paupérrimo y minimalista, el set que define la realidad «física» del relato es preferible al tosco y rudimentario diseño de los espacios virtuales que recrean los escenarios de la mente de los personajes.
En los procesos de advenimiento en el universo pesadillesco de la protagonista y de su madre, las vivencias en los territorios de terror que se nos presentan carecen del suficiente poder de sobrecogimiento y visión terrorífica que tendría que suscitar una fantasía tenebrosa y macabra como la que se nos pretende contar, tanto a nivel dramático como emocional. Falta potencia en la inducción de atmósfera de miedo y pánico en el espectador. Y no me refiero a sustos de salto de gato, sino a nivel de diseño gráfico en las escenas de realidad construida por ordenador; lo que se ve representa la lectura o interpretación de los científicos y los médicos que estudian a la paciente comatosa, con la presunta presencia en su mente de un demonio. Nos encontramos en una especie de «Minecraft» con una resolución propia de animaciones e ilustraciones, con renders que nos recuerdan los juegos de ordenador o videojuegos de los años 80 y 90 del pasado siglo.
Aunque a mí, personalmente, me quedó la duda de si este alto nivel (de cutrez, por supuesto) no será algo hecho a posta para el directo contraste con el nivel de realismo que adquiere esta subcapa onírica cuando nos hallamos en el punto de vista de los personajes. Una especie de diégesis dentro de otra, como otras películas en las que operan dos planos existenciales y, en un momento dado, se produce una ósmosis e incluso vertido entre ellos.
En el caso de «Demonic», no será diferente, pues en el transcurso del desarrollo la narrativa abrirá esa puerta, y es entonces cuando «Minecraft» se convertirá en una suerte de «Fortnite» en ese primer plano real, que al final llegará a ser tanto o más surrealista que el trasfondo subdiegético del mundo de sueños en el que la protagonista contactará con su madre. Esta puerta abierta será la que permita al ente maligno o demonio tomar forma física, y es cuando, supuestamente para pánico del espectador, se convierte en un peligro tangible al que se tendrá que hacer frente en esta altura del guion.
Blomkamp, ni corto ni perezoso, no solo no nos trae de vuelta del formato cómic/videojuego en el que nos había sumergido (lo cual ya nos da pistas sobre el potencial público diana) sino que lo exacerba con el pelotón de «curas soldados» que irán al exorcismo como Chuck Norris, en la saga de «Desaparecido en combate», con sus misiones. Y, al igual, asistiremos a un espectáculo de fuegos artificiales (eso sí, más modesto, pues el pecunio disponible es el que es).
En vez de una marabunta de vietnamitas con sus AK-47, tendremos a los «padres Rambo» haciendo su incursión en territorio de un monstruoso demonio encarnado en un pájaro. No está nada mal, un bicho interesante: la asociación del demonio con la figura del cuervo, un clásico en las representaciones del maligno, pero los efectos con los que construyen al «animalito» dejan bastante que desear.
El cinematógrafo Byron Koopman tiene buenos planos. Puntualmente, logra construir sobrecogedores encuadres en los que la luz, la textura y la composición hablan muy bien de él, logrando hasta que la mamá poseída requiera solo una mínima expresión de maquillaje para resultar realmente inquietante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Pero, en general, el trabajo de Koopman va un poco a la deriva, sin una clara línea de estilo definida, pasando de tonos fríos y azulados a una confusa penumbra que se imbrica en el caos de un alocado ritmo narrativo, a partir de un poco más de la mitad de la cinta.
La «personaja» principal se convierte en una especie de Lara Crof (Tomb Raider), a lo largo de un apresurado empoderamiento «express». Visto que los «machos» icónicos de la casa (mejor dicho, del cuento): el cura, el científico y el conspiranoico (el actor Chris William Martin, metido ahí en calzador porque la prota necesitaba un apoyo narrativo de reserva que fuera más «bueno» que los que la han metido en el experimento), no han sido capaces de cargarse al malo (acá el demonio), a nuestra «pavona» no le toca otra que ponerse los pantalones, calzarse las botas e ir a despachar al que posee a Ángela.
La resultante de estos vectores en el apartado actoral es un desempeño más o menos decente de Carly Pope, no muy conocida en el oficio, entre otros todavía más desconocidos que ya ni de secundarios hablamos, sino de floreros de lujo que están puestos ahí como carnacilla para el monstruo. La Pope luce lo suyo en este contexto, dentro de lo que le permite el ramplón desarrollo de un guion que podría haber dado bastante más de sí.
E inesperadamente, la que actúa como secundaria de verdad, Nathalie Boltt, ya sea por un mayor grado de veteranía o porque dramáticamente su personaje es el más complejo e interesante (lástima que, al igual que los demás, no la desarrollen más), o por ambas cosas, es la que se viene capaz de darnos algo de cosquilleo en la tripa.
El esfuerzo de los actores, que no es tanto en su conjunto, y al que le falta una buena mano, no de pintura, sino de dirección planificada, no ayuda al realce.
Una banda sonora de Ola Strandh que, a golpe de sintetizador en sus efímeras y discretas apariciones, por muy ominoso que pretenda ser, no hace más que reforzar esta sensación de estar ubicados en un videojuego. En este sentido, si bien es coherente con el tono de la película, diluye cualquier pretensión de crear una efectiva atmósfera de terror.
La inicial incertidumbre o ambigüedad entre el tratamiento científico de la enfermedad mental, y lo que acaba siendo una clara manifestación de posesión demoníaca, es un eje temático que «Demonic» explora. Recuerda al abordaje de la obra maestra de William Friedkin, «El Exorcista» (1973), un flujo narrativo donde lo científico gradualmente cede ante lo sobrenatural. Al principio, la película juega con la idea de que lo que aflige a la protagonista y su entorno podría tener una explicación lógica, anclada en la psiquiatría o la neurociencia. Conforme avanza la trama, lo demoníaco se impone con una fuerza irrefutable.
En este contexto, el simbolismo de la relación maternofilial cobra especial relevancia. La protagonista, una hija que se había distanciado de su madre tras un incidente trágico que involucra un incendio con víctimas mortales, se ve obligada a confrontar su pasado y «meterse» literalmente en la mente de su progenitora. Este viaje no solo busca «liberar» a su madre de la presencia demoníaca, sino que también representa un profundo proceso de individuación para la hija. La película intenta tejer esta compleja relación, donde la reconciliación y el entendimiento pasan por el enfrentamiento de demonios, tanto literales como metafóricos.
Hay ideas originales e innovadoras, pero a Neill Blomkamp le vino grande por falta de recursos y apoyos. No era la época adecuada para realizar una propuesta que daba más de sí.
Además, el chaval necesita leerse unos cuantos manuales elementales de montaje, edición y dirección de actores, al menos para el género del terror. Quizás creía que su éxito en la ciencia ficción le daba carta blanca para hacer este híbrido con el terror demoníaco, pero a la pelota de carne para el puchero no se le debe echar tanto pan rallado, y sí más chicha picada.
La «personaja» principal se convierte en una especie de Lara Crof (Tomb Raider), a lo largo de un apresurado empoderamiento «express». Visto que los «machos» icónicos de la casa (mejor dicho, del cuento): el cura, el científico y el conspiranoico (el actor Chris William Martin, metido ahí en calzador porque la prota necesitaba un apoyo narrativo de reserva que fuera más «bueno» que los que la han metido en el experimento), no han sido capaces de cargarse al malo (acá el demonio), a nuestra «pavona» no le toca otra que ponerse los pantalones, calzarse las botas e ir a despachar al que posee a Ángela.
La resultante de estos vectores en el apartado actoral es un desempeño más o menos decente de Carly Pope, no muy conocida en el oficio, entre otros todavía más desconocidos que ya ni de secundarios hablamos, sino de floreros de lujo que están puestos ahí como carnacilla para el monstruo. La Pope luce lo suyo en este contexto, dentro de lo que le permite el ramplón desarrollo de un guion que podría haber dado bastante más de sí.
E inesperadamente, la que actúa como secundaria de verdad, Nathalie Boltt, ya sea por un mayor grado de veteranía o porque dramáticamente su personaje es el más complejo e interesante (lástima que, al igual que los demás, no la desarrollen más), o por ambas cosas, es la que se viene capaz de darnos algo de cosquilleo en la tripa.
El esfuerzo de los actores, que no es tanto en su conjunto, y al que le falta una buena mano, no de pintura, sino de dirección planificada, no ayuda al realce.
Una banda sonora de Ola Strandh que, a golpe de sintetizador en sus efímeras y discretas apariciones, por muy ominoso que pretenda ser, no hace más que reforzar esta sensación de estar ubicados en un videojuego. En este sentido, si bien es coherente con el tono de la película, diluye cualquier pretensión de crear una efectiva atmósfera de terror.
La inicial incertidumbre o ambigüedad entre el tratamiento científico de la enfermedad mental, y lo que acaba siendo una clara manifestación de posesión demoníaca, es un eje temático que «Demonic» explora. Recuerda al abordaje de la obra maestra de William Friedkin, «El Exorcista» (1973), un flujo narrativo donde lo científico gradualmente cede ante lo sobrenatural. Al principio, la película juega con la idea de que lo que aflige a la protagonista y su entorno podría tener una explicación lógica, anclada en la psiquiatría o la neurociencia. Conforme avanza la trama, lo demoníaco se impone con una fuerza irrefutable.
En este contexto, el simbolismo de la relación maternofilial cobra especial relevancia. La protagonista, una hija que se había distanciado de su madre tras un incidente trágico que involucra un incendio con víctimas mortales, se ve obligada a confrontar su pasado y «meterse» literalmente en la mente de su progenitora. Este viaje no solo busca «liberar» a su madre de la presencia demoníaca, sino que también representa un profundo proceso de individuación para la hija. La película intenta tejer esta compleja relación, donde la reconciliación y el entendimiento pasan por el enfrentamiento de demonios, tanto literales como metafóricos.
Hay ideas originales e innovadoras, pero a Neill Blomkamp le vino grande por falta de recursos y apoyos. No era la época adecuada para realizar una propuesta que daba más de sí.
Además, el chaval necesita leerse unos cuantos manuales elementales de montaje, edición y dirección de actores, al menos para el género del terror. Quizás creía que su éxito en la ciencia ficción le daba carta blanca para hacer este híbrido con el terror demoníaco, pero a la pelota de carne para el puchero no se le debe echar tanto pan rallado, y sí más chicha picada.