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Voto de Donald Rumsfeld:
2
2016
Phoebe Waller-Bridge (Creadora), Harry Bradbeer ...
7.8
19,875
Serie de TV. Comedia
Serie de TV (2016-2019). 12 episodios. 2 temporadas. Fleabag es una joven londinense de 30 años, directa y descarada, que pasa por una crisis vital tras perder a su mejor amiga. Su actitud es inconformista, se acuesta con todo el que se acerca a ella, intenta no pedir dinero a su hermana Claire y se niega a llevar de una vez una vida independiente y madura. Sin reparos, la protagonista desafía al espectador que quiera plantearse ... [+]
22 de octubre de 2019
77 de 141 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay quienes sostienen que la feminidad nunca ha sido adecuadamente representada en una pantalla. Quizá directores de segunda fila como Bergman, Dreyer, Ozu, Antonioni, Fellini, Wyler, Preminger, Cameron, Verhoven o Yimou les hayan dedicado un papel central en sus obras, pero eran hombres y no podían comprender lo que significa ser mujer. Las más liberadas arguyen que hay muros imposibles de sortear, como el sexo y la raza, y que las mujeres, en tanto que son drásticamente diferentes de los hombres, solo pueden ser representadas adecuadamente por otras mujeres. Sin embargo, ahora que al fin comienzan a liberase del yugo, por fin puede salir a la luz ese caudal de creatividad sofocado durante eones para constatar que, en efecto, las obras de los anteriormente mencionados no eran más que baratijas, películas represoras, pasadas de moda, esencialmente falsas y ampliamente superadas por series como la de esta joven directora, retrato femenino de gran profundidad y enjundiosa sustancia, necesariamente bueno y acertado en todas las dimensiones que abarque lo femenino y lo de más allá gracias a la conjunción de su condición natural y su innegable talento.
Cuenta la leyenda que hace no mucho tiempo, en esta misma galaxia, para que una obra recibiera el elogio de crítica y público debía acreditar cierta calidad en alguno de sus apartados con independencia de la condición natural de sus directores, guionistas e intérpretes. Afortunadamente, esos tiempos ya han quedado atrás. Ahora cualquier producto puede ser multipremiado y multielogiado con tan solo sumarse al carro de lo políticamente correcto a base de añadir brochazos de empoderamiento e igualdad. Que el producto sea mediocre en todas sus dimensiones resulta irrelevante, lo importante es estar a la última, subirse al carro, ser trending y, sobre todo, poner un par de escenas guarras sin primeros planos.
La lista es inabarcable. Sin ir más lejos casi todo el catálogo producido por Netflix y la HBO está cortado por ese patrón en donde más importante que el producto en sí son los valores explícitos de los mismos, los que se exhiben de cara a la galería mientras “sutilmente” se introducen otros que nada tienen que ver con los primeros, llegándose a dar la paradoja de que a veces el significado último de esos productos se opone a los que exhiben en un primer nivel: lo vimos en Black Panther, que simula hablar de igualdad pero que en realidad es profundamente racista, lo vimos en Big Little Lies, que pretende retratar la liberación de la Mujer pero que lo que en realidad hace es machacar a los hombres, y lo vemos ahora, de nuevo, en Fleabag.
Hay tantos apartados en ella tan seriamente idiotas, tan impecablemente cutres, tan perfectamente sobreactuados que sería difícil profundizar sin perderse en los detalles y en todo cuanto la rodea: no sólo su guión, su dirección o sus interpretaciones, sino, especialmente, su éxito, sus premios, sus críticas...
Fleabag es un drama con toques de comedia que ha sido calificado como sofisticado, sutil y atrevido.
Sin embargo, la sofisticación desaparece en el mismo instante en que aparecen sus personajes, cuyas inquietudes básicas oscilan entre la necesidad de echar un buen polvo, el peinado y el número de orgasmos. Literalmente: toda la serie gira en torno a la vagina de su protagonista, pues así de inquieta y, sobre todo, profunda es su poseedora. La prueba irrefutable de que está liberada, y el centro gravitacional de la serie, no son sus ideas (no tiene ni una, ni original ni plagiada), su educación (que no hace acto de presencia) o su conducta (por lo general, mezquina y egoísta): es el hecho de que folla a destajo y se masturba a saco. Porque no todo el mundo tiene ideas, ni educación, ni respeto; pero follar lo puede hacer cualquiera. Tan sofisticada es la serie. Tan empoderada está ella.
Inútil subrayar lo sutil que resulta ver a una mujer pasarse el vibrador mientras gime de placer. O lo atrevido que resultan los monólogos a cámara en donde la protagonista nos explica lo que acaba de suceder, o, mejor aún, lo que sucederá a continuación. Y no porque lo que sucede sea precisamente complejo, sino, más bien, porque hay que enfatizar cada sobreactuado gesto no sea que se nos escape algo.
Por supuesto, los hombres no deben menospreciar a las mujeres; ellas, sin embargo, no sólo pueden (a causa de su superior empatía) sino que deben (es el primer paso si pretenden emanciparse de sus opresores). Según retrata la serie, los hombres son incapaces de renunciar a un polvo. Da igual como sea de inteligente, simpática o atractiva la mujer que se les abalance, allí donde hay un agujero se les nubla el pensamiento y no hay Dios capaz de impedir que entren en modo reproducción. Es su naturaleza. He aquí la lógica que subyace a todos los personajes masculinos: si mujer entonces coño luego bajada de pantalones. Ellos siempre se los bajan sin reparar en consecuencias. Y basta con decirles el número de veces que se han corrido para que se vayan a dormir contentos mientras ellas pasan al siguiente.
Fleabag parece partir de aquella sentencia de un personaje de Woddy Allen cuyos principios básicos eran, según decía, nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo; solo que en aquella película que el personaje dijera eso tenía sentido, ya que no creía en aquello que decía y por lo tanto su lema resulta doblemente cínico; mientras que esta serie parece haberse tomado en serio lo que ya de entrada era manifiestamente absurdo. Por la simple razón de que es técnicamente imposible decir algo así y creerlo. Fleabag, sin embargo, lo cree. Construyendo así un personaje no ya ridículo sino esencialmente inconsistente, razón por la cual la serie carece de arco dramático: es imposible que alguien con esas características pueda sufrir drama alguno. No hay conflicto en la nada.
Cuenta la leyenda que hace no mucho tiempo, en esta misma galaxia, para que una obra recibiera el elogio de crítica y público debía acreditar cierta calidad en alguno de sus apartados con independencia de la condición natural de sus directores, guionistas e intérpretes. Afortunadamente, esos tiempos ya han quedado atrás. Ahora cualquier producto puede ser multipremiado y multielogiado con tan solo sumarse al carro de lo políticamente correcto a base de añadir brochazos de empoderamiento e igualdad. Que el producto sea mediocre en todas sus dimensiones resulta irrelevante, lo importante es estar a la última, subirse al carro, ser trending y, sobre todo, poner un par de escenas guarras sin primeros planos.
La lista es inabarcable. Sin ir más lejos casi todo el catálogo producido por Netflix y la HBO está cortado por ese patrón en donde más importante que el producto en sí son los valores explícitos de los mismos, los que se exhiben de cara a la galería mientras “sutilmente” se introducen otros que nada tienen que ver con los primeros, llegándose a dar la paradoja de que a veces el significado último de esos productos se opone a los que exhiben en un primer nivel: lo vimos en Black Panther, que simula hablar de igualdad pero que en realidad es profundamente racista, lo vimos en Big Little Lies, que pretende retratar la liberación de la Mujer pero que lo que en realidad hace es machacar a los hombres, y lo vemos ahora, de nuevo, en Fleabag.
Hay tantos apartados en ella tan seriamente idiotas, tan impecablemente cutres, tan perfectamente sobreactuados que sería difícil profundizar sin perderse en los detalles y en todo cuanto la rodea: no sólo su guión, su dirección o sus interpretaciones, sino, especialmente, su éxito, sus premios, sus críticas...
Fleabag es un drama con toques de comedia que ha sido calificado como sofisticado, sutil y atrevido.
Sin embargo, la sofisticación desaparece en el mismo instante en que aparecen sus personajes, cuyas inquietudes básicas oscilan entre la necesidad de echar un buen polvo, el peinado y el número de orgasmos. Literalmente: toda la serie gira en torno a la vagina de su protagonista, pues así de inquieta y, sobre todo, profunda es su poseedora. La prueba irrefutable de que está liberada, y el centro gravitacional de la serie, no son sus ideas (no tiene ni una, ni original ni plagiada), su educación (que no hace acto de presencia) o su conducta (por lo general, mezquina y egoísta): es el hecho de que folla a destajo y se masturba a saco. Porque no todo el mundo tiene ideas, ni educación, ni respeto; pero follar lo puede hacer cualquiera. Tan sofisticada es la serie. Tan empoderada está ella.
Inútil subrayar lo sutil que resulta ver a una mujer pasarse el vibrador mientras gime de placer. O lo atrevido que resultan los monólogos a cámara en donde la protagonista nos explica lo que acaba de suceder, o, mejor aún, lo que sucederá a continuación. Y no porque lo que sucede sea precisamente complejo, sino, más bien, porque hay que enfatizar cada sobreactuado gesto no sea que se nos escape algo.
Por supuesto, los hombres no deben menospreciar a las mujeres; ellas, sin embargo, no sólo pueden (a causa de su superior empatía) sino que deben (es el primer paso si pretenden emanciparse de sus opresores). Según retrata la serie, los hombres son incapaces de renunciar a un polvo. Da igual como sea de inteligente, simpática o atractiva la mujer que se les abalance, allí donde hay un agujero se les nubla el pensamiento y no hay Dios capaz de impedir que entren en modo reproducción. Es su naturaleza. He aquí la lógica que subyace a todos los personajes masculinos: si mujer entonces coño luego bajada de pantalones. Ellos siempre se los bajan sin reparar en consecuencias. Y basta con decirles el número de veces que se han corrido para que se vayan a dormir contentos mientras ellas pasan al siguiente.
Fleabag parece partir de aquella sentencia de un personaje de Woddy Allen cuyos principios básicos eran, según decía, nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo; solo que en aquella película que el personaje dijera eso tenía sentido, ya que no creía en aquello que decía y por lo tanto su lema resulta doblemente cínico; mientras que esta serie parece haberse tomado en serio lo que ya de entrada era manifiestamente absurdo. Por la simple razón de que es técnicamente imposible decir algo así y creerlo. Fleabag, sin embargo, lo cree. Construyendo así un personaje no ya ridículo sino esencialmente inconsistente, razón por la cual la serie carece de arco dramático: es imposible que alguien con esas características pueda sufrir drama alguno. No hay conflicto en la nada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Para hacer un drama humano hay que reflejar la humanidad y sus contradicciones. Pero Fleabag es tan audaz y sofisticada que se limita a construir una galería de personajes puramente mecánicos, absolutamente incapaces de pensar, y, en consecuencia, alarga hasta el absurdo situaciones y conflictos decididamente vulgares. Toda la segunda temporada no es más que la crónica de un polvo anunciado. Y sus previsibles consecuencias. Pues no es que la serie no tenga giros, es que apenas tiene guión. Son 5 horas de chorrada ininterrumpida cuyo cliffhanger recurrente es saber si esa noche tocará salchipapa o polvorrón, en donde los conflictos existenciales se computan como orgasmos y el drama no es más que una espera entre dos nabos.
Lo mejor, no obstante, no es el grado de coherencia, similar al de esos reggaetones feministas en que la vocalista perrea, o el trabajo visual, de un nivel cercano a los mejores anuncios de L`Oréal, o el montaje, sin sentido alguno de la pausa dramática y aún menos del allegro cómico, sino esa escena en donde la hembra emancipada y poliamorosa se sincera en el confesionario ante el sacerdote que, por supuesto, desea revisarle los bajos. Allí, ella, la multiorgásmica (9), la ex-oprimida, la que ha superado a base de valor e intrepidez las inhibiciones y tabúes del heteropatriarcado, la joven atrevida, ambiciosa y canallita se revela de improvisto como una especie de fulana arrepentida mientras suplica redención al pene más cercano, pues según viene a decir, se siente perdida y para salir del pozo lo que necesita, aún más que una buena salchipapa, es un Hombre (uno de los de antes) que la guie, la someta y la anule. Este fragmento, que actúa como contrapunto del resto de la serie, puede parecer contradictorio, pero posiblemente sea lo único coherente de todo el metraje. Por un breve instante ella parece consciente de que tras la máscara de lobo tan solo hay un corderito asustado golpeándose contra la pared, de que las decisiones que ha tomado han expandido sus cavidades (haciendo más grande el vacio), de que con el paso de los años la elasticidad se va perdiendo, que cada vez es más difícil cosechar un buen pepino y que en cualquier caso ya no saben como los de antes… quizá incluso sospeche que los hombres que quedan en el mercado no son más que los despojos, los que ninguna otra quiere, los infieles compulsivos, que le va resultar muy difícil encontrar algo que al menos pase la ITV y que por lo tanto deberá bajar un listón que a esas alturas no es más que un raya en el suelo. El curita, un mezcla rancia, sin cafeína, sin gluten, sin lactosa y casi sin vida entre San Manuel Bueno y Fermín de Pas, es su oportunidad para redimirse, uno de los últimos ejemplares en los que aún se puede confiar llegados a esa edad, y sirve para revelar la naturaleza profundamente necia no ya de la protagonista (eso queda claro con una rapidez pavorosa) sino de la serie, que va de progre, liberada y liberal pero llegada la hora de la verdad renuncia a todo eso para construir el drama y e intentar dar profundidad a una situación y personaje que, tal como se admite ahí, en ese contrapunto, resulta intrascendente e insustancial. En cualquier caso, la epifanía tan sólo dura un orgasmo, unos instantes después ella mira a cámara riéndose de todo lo anterior, como diciendo: sí, soy tan necia que quiero seguir siéndolo. Lo cual, para que engañarnos, suele pasar.
Lo mejor, no obstante, no es el grado de coherencia, similar al de esos reggaetones feministas en que la vocalista perrea, o el trabajo visual, de un nivel cercano a los mejores anuncios de L`Oréal, o el montaje, sin sentido alguno de la pausa dramática y aún menos del allegro cómico, sino esa escena en donde la hembra emancipada y poliamorosa se sincera en el confesionario ante el sacerdote que, por supuesto, desea revisarle los bajos. Allí, ella, la multiorgásmica (9), la ex-oprimida, la que ha superado a base de valor e intrepidez las inhibiciones y tabúes del heteropatriarcado, la joven atrevida, ambiciosa y canallita se revela de improvisto como una especie de fulana arrepentida mientras suplica redención al pene más cercano, pues según viene a decir, se siente perdida y para salir del pozo lo que necesita, aún más que una buena salchipapa, es un Hombre (uno de los de antes) que la guie, la someta y la anule. Este fragmento, que actúa como contrapunto del resto de la serie, puede parecer contradictorio, pero posiblemente sea lo único coherente de todo el metraje. Por un breve instante ella parece consciente de que tras la máscara de lobo tan solo hay un corderito asustado golpeándose contra la pared, de que las decisiones que ha tomado han expandido sus cavidades (haciendo más grande el vacio), de que con el paso de los años la elasticidad se va perdiendo, que cada vez es más difícil cosechar un buen pepino y que en cualquier caso ya no saben como los de antes… quizá incluso sospeche que los hombres que quedan en el mercado no son más que los despojos, los que ninguna otra quiere, los infieles compulsivos, que le va resultar muy difícil encontrar algo que al menos pase la ITV y que por lo tanto deberá bajar un listón que a esas alturas no es más que un raya en el suelo. El curita, un mezcla rancia, sin cafeína, sin gluten, sin lactosa y casi sin vida entre San Manuel Bueno y Fermín de Pas, es su oportunidad para redimirse, uno de los últimos ejemplares en los que aún se puede confiar llegados a esa edad, y sirve para revelar la naturaleza profundamente necia no ya de la protagonista (eso queda claro con una rapidez pavorosa) sino de la serie, que va de progre, liberada y liberal pero llegada la hora de la verdad renuncia a todo eso para construir el drama y e intentar dar profundidad a una situación y personaje que, tal como se admite ahí, en ese contrapunto, resulta intrascendente e insustancial. En cualquier caso, la epifanía tan sólo dura un orgasmo, unos instantes después ella mira a cámara riéndose de todo lo anterior, como diciendo: sí, soy tan necia que quiero seguir siéndolo. Lo cual, para que engañarnos, suele pasar.