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Voto de Vagabundoespiritual:
6
Thriller Marcos Wainsberg es un boxeador de mediana edad, retirado después de matar a un contrincante en el ring de un sólo puñetazo. Un día, mientras espera la llegada de su ex novia para intentar recomponer la relación cae en su casa su primo Huguito, el clásico chanta porteño, con la camisa manchada de sangre. Al mismo tiempo, Franco Robles, un poderoso magnate corpororativo, se encuentra hospitalizado esperando un transplante de hígado. Pero ... [+]
10 de noviembre de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Diablo es una famosa y premiada producción argentina de 2011, opera prima dirigida y coescrita por Nicanor Loreti que puede enmarcarse dentro de las películas gamberras protagonizadas por criminales ineptos y despreciables que se ven metidos en mil y un fregado a cual más demencial, aderezado todo ello de un humor negro y corrosivo atroz.

Una mañana Marcos Wainsberg (Juan Palomino), el antihéroe de la película, alias El Inca del Sinaí, ex campeón de boxeo retirado después de matar en el ring a un contrincante, El Bombilla, a pesar de declarar reiteradamente su inocencia (cosa que los demás no creen), recibe la visita de su primo Huguito (Sergio Boris), un delincuente incapaz e insensato que se ha metido en un truculento asunto con mafiosos locales, que no hará más que envolver en una espiral disparatada de violencia y locura, repleta de personajes estrambóticos y descerebrados, a su primo Marcos, mientras este espera la llegada de Ana, su antigua novia, que ha decidido darle una nueva oportunidad a su maltrecha relación.

El autor de la obra y el resto de integrantes de la misma, no esconden sus filias cinematográficas, y toda la cinta se orquesta como un gran fresco criollo que homenajea o parodia el cine de gánsteres barriobajeros que deben sortear situaciones esperpénticas estilo Guy Ritchie, diálogos chispeantes y provocativos con vocación de discurso o monólogo vital y explosiones de violencia y sangre sello Tarantino (memorable el discurso reivindicativo de Huguito y el caótico soliloquio de Café con Leche sobre las minas de las mujeres), movimientos de cámara frenéticos con ángulos imposibles y gusto por personajes que bordean el dibujo animado muy del gusto del irregular Robert Rodríguez, situaciones absurdas y coincidencias extrañas que desembocan en arrebatos de hilaridad marca hermanos Cohen (absolutamente genial el giro que da la historia a mitad de metraje después de que Marcos deguste una suculenta comida), referencia al Toro Salvaje de Martin Scorsese con unas escenas oníricas de boxeo que nos remiten al clásico atemporal del maestro neoyorkino y devoción por las bravuconadas, casi marcianas, del cine ochentero de acción (como el personaje del teniente coronel Varela, interpretado por Hugo Quiril, que es una copia hortera y bufonesca de Cobra, el brazo fuerte de la ley o el momento del juego del cuchillo de Aliens, El Regreso), y todo este cóctel bien remozado con el habla típica de los barrios marginales del entorno rioplatense y chistes y denuncias locales como el aún peronismo reinante en argentina, la fobia a los judíos, la ineptitud y corrupción policial, la adoración casi psicopática por los héroes deportivos y la importancia de la familia.

Es merecedor de alabanza cómo Nicanor, que habrá contado con un presupuesto paupérrimo, se las ha ingeniado para crear un producto digno aunque lastrado por esa ausencia de dicha plata. La planificación de las escenas acompañadas de una buena fotografía que sacan todo el partido posible al apartamento de Marcos, prácticamente el único escenario del film, consiguen imprimirle una vitalidad estupenda a un producto que gana muchos enteros con un montaje de ritmo trepidante y de constantes saltos temporales que añaden un plus a una cinta que contada linealmente habría perdido enteros. Así mismo es destacable el uso de la banda sonora que remarca la importancia de algunos pasajes y situaciones y el no escamotear en hemoglobina en las situaciones más descabelladas.

Del prácticamente desconocido reparto (para un servidor), sobresalen los actores Juan Palomino (Marcos Wainsberg) y Sergio Boris (Huguito), que dotan a sus personajes de una cercanía y despreciable vileza tremendamente empática. El resto de actores intentar mantener a flote unos personajes demasiado caricaturescos y pasadísimos de rosca como para ser tomados mínimamente en serio. No obstante, Café con Leche y el Oficial Friedman, interpretados respectivamente por Luis Aranosky y Luis Ziembroski, dejarán una impronta simpática en la audiencia con toda seguridad.

A pesar, como he mencionado, de la notable ausencia de presupuesto, que se hace patente en las escenas de acción (lamentables los tiroteos y algunas peleas) y la pobreza de los decorados de interior que transcurren fuera de la casa de Marcos, Diablo es una producción tan simpática y canalla que consigue paliar esos defectos y convertirlos casi en virtud, como hiciera hace años Robert Rodríguez con su debut, El Mariachi. No hay duda que todos estos fulanos se lo han pasado pipa rodando este desmadre absurdo y violento, siendo capaces de contagiarnos en todo momento con su bulla bastarda. Tal vez, para ser justos (y críticos), habría sido de agradecer algo más de personalidad propia y menos referencia y homenaje, pero estoy convencido que el señor Loreti irá mejorando esto en sus siguientes trabajos.

En definitiva, Diablo es una oportunidad única de conocer el cine actual de género argentino y echar unas risas con los amigos mientras la ojeas y tratas de identificar todas las parodias y referencias que contiene.
Vagabundoespiritual
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