Vaya por delante que me considero fan de Robert Kirkman, con su entrega mensual al frente de “The Walking Dead” me ha regalado horas y horas de diversión, terror y sufrimiento como hacía años no se veía en un comic de entretenimiento masivo, aunque comenzara con un objetivo bastante más indie.

Su adaptación a la pequeña pantalla ha sido una de cal y una de arena constante, alternando momentazos a la altura del comic con otros de apesadumbrez extrema, orgíasticas bacanales de sangre y casquería a porrillo con festivales infinitos de bostezos.

Me enfrento a esta nueva adaptación sin haber catado el original por lo que estoy libre de cualquier idea prefijada, y lo primero que viene a la mente es que se trata de un producto hecho con mimo y cuidado, desde la inquietante cabecera con esas imágenes que descolocan al espectador como la música que la acompaña, tenebrosa e incómoda.

Desde el primer episodio existen buenos momentos e historias, pero en general el tono se diluye entre lo formal y el sinsentido, pese a que la ambientación está bastante lograda y los dos protagonistas principales tienen química y hacen un buen dúo interpretativo, destacando como no, un genial Philip Glenister, a quienes probablemente reconozcáis de “Life on Mars”.

Sinceramente me gustaría darle una oportunidad a la segunda temporada por atreverse a hacer un producto diferente, en esta ocasión centrado en posesiones demoníacas y exorcismos, pero la idea casa al décimo episodio.

En esta ocasión Robert, me bajo aquí.