Sobre este retrato costumbrista nipón se descarga la losa del pasado siempre presente en las reuniones familiares. Éste es una carga, el presente es incómodo y el futuro incierto, más pesado es si el orgullo, la corrección y el respeto a los mayores es una norma básica e innegociable que en esta parte del mundo hemos olvidado. Ryota y su pareja, viuda con un hijo, vuelve a casa de sus padres a pasar el fin de semana. Los reproches y los recuerdos de un desgraciado accidente son sutiles y abundantes. A simple vista todo es cotidiano y casero pero koreeda quiere que pidamos que se hablen, que se sinceren, que no se repriman; pero no lo consigue porque somos meros espectadores de un retablo familiar sin mas pretensión que el sarcamo, la estética y el paso del tiempo, no hay tiempo ni motivos para sentarse a hablar por ninguna de las partes, por eso es incongruente lamentarse de ello años después. No hay chicha que sacar salvo una agradable reunión familiar con las cosas de cada uno. Tan corriente y tan visto como la vida misma. Eso sí, más cine japonés por favor.