Un pulpo gigante que hunde barcos de juguete, una serpiente marina que mete la bocaza en el minisubmarino de los protas, un señor disfrazado de bicho negro con cuernos, unas tortugas gigantes que trepan muros, unos peces autopropulsados que muerden brazos.... son muchas las maravillosas criaturas que nos sorprenden, turnándose debidamente, en esta deliciosa obra cutre de ciencia-ficción setentera donde el guion, como es obvio, es lo que menos importa. Dos amigos casi idénticos, uno con gafas y otro sin ellas, embarcan para realizar un descubrimiento que cambiará al mundo. Los marineros, vestidos de todo menos de marineros, sospechan. Cuando suben a cubierta un falo enorme todo se complica, naturalmente. Y el resto es el despiporre. Entra en acción un pulpo y de pronto todos acaban en una isla deformada con cristales de colorines en la cámara. Aparecen en un mercadillo perroflauta donde el chico (Doug McClure, toma ya, sacado de los Simpsons) conquista a la única chica del poblado con la cara y el cuerpo de la increíble Lea Brodie. Más monstruos, Cyd Charisse en un palacio, un señor con peinado imposible y retirada, oye, que esto es increíble. Ya digo, un puro divertimento setentero.