Una atractiva mujer cercana a los 30 (Carey Mulligan) está en medio de una cruzada personal para asustar o desorientar a los hombres que toman como objetos a las mujeres. Y lo hace fingiendo estar ebria y vulnerable en sitios públicos para luego sorprender a quien se la lleve con reproches y desplantes en ámbitos privados.

Esta presentación no deja de tener un grado alto de inverosimilitud e ingenuidad porque está claro que en el mundo real los hombres que son víctimas de actividad semejante fácilmente podrían pasar a victimarios.

Pronto el espectador se dará cuenta que ella no siempre fue así. Además, pudo haberse graduado en medicina y no lo hizo. En cierto momento se sabrá la razón.

En su afán pretende no cruzar ciertos límites y su misión es personal, según la información que va apareciendo. Pero el pasado siempre vuelve y la apuesta se subirá para alcanzar el reto final que ponga las cosas en su lugar.

Es destacable cómo la película va revelando paso a paso, de forma precisa, los antecedentes y las motivaciones de la protagonista.

Otro punto alto es la soberbia actuación de Carey Mulligan, en un papel muy distinto a los que interpretó en diversos dramas de época, donde también brilló. Cada vez que lo pide su personaje, se mueve con solvencia entre la amargura, el cinismo y la furia.

A medida que el filme avanza, las manipulaciones de la protagonista se vuelven más elaboradas. Esto siempre resulta sospechoso y exagerado cuando lo hace una sola persona que no tiene muchos recursos, ni un equipo bajo su mando.

La película toca algunas fibras sensibles mayormente con acierto.