Álex de la Iglesia ha conseguido algo inusual y meritorio: un estilo característico. Tras su trabajo más ambicioso e impersonal, Los Crímenes de Oxford, vuelve al carácter de los inicios, grotesco, excesivo, salvaje… admirado e incomprendido. Puede que incluso en esta ocasión estemos ante una obra que sea una amalgama concentrada de todas sus virtudes y peculiaridades e incluso defectos, más brutal que nunca. De La Iglesia 100%.
Así que los admiradores de su cine estamos de enhorabuena, y sus maldicientes tendrán suficiente carnaza para abominar de este notable engendro delirante hasta su próximo trabajo.