Siempre he sentido una especial admiración por aquellos que son capaces de contar una historia sin emplear palabra alguna. Se que no se trata de una película muda ni nada por el estilo, pero siempre que pienso en ella se me viene a la mente la escena en la que James Stewart ve por primera vez a Kim Novak y da comienzo ese deseo obsesivo. Durante casi diez minutos nadie dice nada, ni falta que hace, sabemos lo que esta pasando, las palabras aquí son inútiles.

Un ejercicio cinematográfico sumamente bello, de una gran plasticidad visual, con unos créditos iniciales que se vuelven no solo imprescindible, sino necesarios.