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España España · Miranda de Ebro
Voto de Cocalisa:
8
Drama Habiendo sobrevivido más que sus contemporáneos, el anciano "Lucky" se encuentra en el tramo final de su vida, donde se verá impulsado a un viaje de autodescubrimiento. (FILMAFFINITY)
23 de enero de 2019
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una sonrisa budista


Lucky, o de cómo un galápago centenario en busca de su destino, un socarrón matasanos y la confidencia emocionada de un veterano de guerra pueden iluminar los últimos pasos de un vaquero solitario. Una joya fílmica, la que John Carroll Lynch y un puñado de amigos en estado de gracia nos ofrecen en hora y media escasa: en mi opinión, la duración perfecta para una película, aborreciendo como aborrezco la prolongación gratuita, tediosa hasta el bostezo, de los metrajes que vienen imponiéndonos las nuevas producciones.
Un paraje austero, semidesértico, en el imaginario fronterizo del oeste americano. Un nonagenario escuchimizado, ajeno al paso del tiempo hasta que la realidad viene a imponer sus reglas. El relato de los días en una población habitada por personajes entrañables, comprometidos todos, sin plena consciencia de ese acuerdo, a apoyarse, remisos en todo caso a reconocer abiertamente ese afecto colectivo.
Todo. Todo en Lucky es extraordinario. Lo es, para empezar, el valor preciso para elegir como protagonista omnipresente de una producción a Harry Dean Stanton, que ya había cumplido noventa años al inicio del rodaje (de hecho, el inolvidable Travis Henderson de Paris, Texas no alcanzó a asistir, por escasas fechas, al estreno del film). Lo es la colaboración espléndida de un buen número de viejos colegas de nuestro personaje: David Lynch, Ed Begley Jr., Tom Skerritt, James Darren, Barry Shabaka Henley, Beth Grant… que bordan sus papeles. Lo es el guión de Logan Sparks y Drago Sumonja, aparentemente simple pero riquísimo en sugerencias y matices, en la estela de otros “manuales” útiles para la preparación de nuestra despedida, desde el antiquísimo Libro de los muertos al también añejo Ars moriendi, auténtico “best seller” en una época azotada por la gran peste. Lo es, desde luego, la selección musical: la banda de Elvis Kuehn, los temas country de Michael Hurley y de Foster Timms, la conmovedora interpretación que el propio Dean Stanton hace del “Volver, volver” de Maldonado…
¡Qué privilegio disfrutar de esta primera realización de John Carroll Lynch, que ya había demostrado sus dotes interpretativas en Fargo, El fundador o Gran Torino! ¡Qué suerte ser testigos de las andanzas de Lucky, desinhibido propietario de calzoncillos pulgueros, fumador compulsivo de Américan Spirit, esforzado gimnasta capaz de completar, entre pitillo y pitillo, veintiún repeticiones de lo que atrabiliariamente califica como “ejercicios de yoga”, aficionado a los concursos televisivos y a resolver, no sin ayuda, crucigramas, individualista convencido, ateo! ¡Qué placer, por si todo ello no bastase, observar la creciente desolación de Howard (David Lynch, sosteniendo un portentoso equilibrio entre la sabiduría y el desatino) ante la fuga de Presidente Roosevelt -“el galápago planeaba su huida desde hace días”-, y su posterior conversión estoicista!
Cuanto talento el derrochado por Harry Dean Stanton para mostrar sin aspavientos las emociones aparejadas al descubrimiento de la propia finitud, a sentimientos de culpa soterrados durante décadas y a la voluntad de redimirlos, a la búsqueda de una aceptación reparadora. ¡Qué regalo la inserción en la historia de elementos autobiográficos de este prolífico actor: el recuerdo de un ruiseñor, fulminado involuntariamente en su Kentucky natal muchos años atrás, su servicio en la Armada como cocinero en un buque transportador de armamento que participó en la batalla de Okinawa, en la Segunda Guerra Mundial…!
Cuanta sabiduría, en fin, la mostrada por el director al basar la inspiración del protagonista, su reconciliación con su destino, en el encuentro casual de Lucky con un excombatiente en la misma contienda (soberbio Skerritt) y en la imagen vívida que éste conserva de la alegría de una pequeña en medio de aquel horror. Esa clave, y la intuición certera del ciclo de la vida (evidente incluso en el extremo de un cactus avejentado), harán brotar la sonrisa más hermosa que recuerdo haber visto en pantalla. Una sonrisa budista.
Cocalisa
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