De nuevo esa sensación que te deja en los labios el presenciar una película de la que no habías oído hablar jamás. La historia va de menos a más, con flashbacks necesarios que cobran sentido cuando se va adentrando en la misma.

Miles de preguntas van surgiendo a medida que se avanza. ¿Qué sentido tiene el desear siempre lo que no tienes? Ni aún cuando alcanzas ese deseo te sacias. ¡Qué similitud con este siglo XXI!

La dulzura de Laurel traspasa el tiempo. No está desarrollada la historia con la potencia debida, ni el tiempo que merece. Falta espacio y metraje, panaceas de las que Vidor, seguramente, no disponía. Pero lo vamos comprendiendo todo perfectamente.