La historia es sosa, pero todo lo demás es inmensamente bello. David Lean traza una magnífica y difícil visión de Venecia, principal protagonista de la historia. Los trenes y David Lean van cogidos de la mano, y mientras que en “Breve encuentro” se sacó de la manga una bella historia sucedida en la estación de un tren, aquí la historia es floja, poco intensa, mientras que todo lo que la rodea es eclipsante.

En el ojo del director está lo que le llama la atención a un anglosajón cuando viene a Europa, sobre todo a la del sur: el volteo de campanas, el regateo con los precios, el precio carísimo de la góndola frente al bus… Por otra parte, está la visión del turista consumista “¡y tenemos dos horas libres todos los días!”, “¡Todos los cuadros están pintados a mano!”, o el enorme consumismo, más evidente en el matrimonio mayor, pero también flagrante en la protagonista.

Y luego está la plaza San Marcos, tomada desde varios puntos, siempre bella, impactante, romántica y abierta al mundo. Cómo no, los pájaros también son unos protagonistas esenciales para David Lean, que los introduce en la escena, haciendo gala de la importancia y belleza de su presencia y movimientos.