11/02/2015 NOTA:10
Una vez más, me gustaría coger la máquina del tiempo del viejo Doc y, junto al mozalbete McFly, viajar a las postrimerías del año 1941, para inaugurar con gozo el 42 y poder desvirgar este monumento de film desde mis ojos inocentes y pacíficos. Me basto con imaginarlo.

Me veo sentado en una sala del vetusto Soho londinense, junto al genio Menyhért Lengyel. El viejo zorro húngaro me estaría contando los entresijos de su genialidad. Él aún no lo sabía, pero su guión ya formaba parte, para los restos, de la historia del universo. Seguramente me habría dicho qué mensaje escondía detrás de cada nombre de la resistencia polaca. Pero, sin duda, sus ojos se habrían iluminado al hablar de María, ese amor de la infancia a la que por fin se había decidido a dedicar, sin ningún tipo de tapujos, el mejor de sus guiones. María era la belleza más hermosa que nunca jamás había visto en su añorado Budapest y, en su guión, hasta el mismísimo Führer tenía que enamorarse de ella.

Los entresijos, los embrollos y el teatro eran todo uno para el maestro añejo, y así le fue saliendo, como me dijo en aquella butaca forrada de piel, esta maravilla de guión. Buscaba las situaciones e, imaginándose en ellas, encontraba las soluciones. Sin duda, destacaba el afeitado de bigotes del profesor Siletsky, dándole en la trompa a la por entonces muy temida Gestapo.