Acercamiento edulcorado, con personajes cliché y formalidades Ikea.
La historia queda ahogada en una macedonia de videoclips concatenados en los que el foco principal de la acción se limita al careto de preocupación de Carell en diferentes escenarios y situaciones. Como si fuera una demo técnica de una nueva tecnología 3D o una práctica de iluminación y planos para un trabajo en la facultad, y poco más.

Chalamet no me convence, su personaje es el estereotipo de revista superpop de los 90 de chico malo que pide ser rescatado con ojos de perro abandonado pero a la única substancia a la que lo vería vinculado sería a los sugus.

Otros personajes, que en cualquier película sobre el mundillo deberían tener un papel capital, aquí solo prestan imagen y quizás un par de frases a modo de acto de presencia u ornamentación. Al final, todo se reduce a una relación padre-hijo más viciada (pero no en términos lisérgicos, si no más bien neocon) que las propias substancias que se mete el protagonista, eso sí, todo aderezado con una estupenda colección de cortes y piezas musicales que podrá encontrar de oferta en la sección de precocinados.