Kormakur abandona al menos de momento el cine más comercial (“2 guns”, “Everest”) en el que se había acomodado para retornar a su país de origen, a su zona de confort, para abordar una historia que encuentra el marco perfecto en los agrestes paisajes islandeses. El prolífico director también se asegura en esta ocasión el papel protagonista manteniendo así el control sobre todo, un jugoso rol con el que preparar el proyecto.

Y es que poseer este control es precisamente uno de los motivos que mueven a su personaje. El argumento narra la experiencia de un padre impotente ante las decisiones de una hija que encuentra en su pareja a su peor compañía. A partir de aquí “Medidas extremas” coloca a su personaje en una espiral sin retorno para mantener a su hija a salvo sin mirar ni el qué ni el cómo. Por el camino una sucesión de decisiones arriesgadas que la película presenta casi como normalizadas, como algo irremediable consiguiendo que el espectador hasta entienda el tortuoso camino aunque muchas veces discuta las formas. Este es un punto a favor del guion, intenta no juzgar a los típicos buenos y malos, quizás porque comprende que las circunstancias marcan sus decisiones y sacan al monstruo que llevan dentro.

Como director, Kormakur mantiene un ritmo muy tranquilo durante todo el metraje, sin mucho ruido ni acción. No recurre a ningún recurso en especial porque le basta con crear ambiente, incomodidad y se atreve a poner a los personajes al límite. Todo rutinario como thriller pero arriesgado por la manera en la que se narra. Todo se ve contagiado por una ciudad que late al mismo ritmo que su acción, formando un conjunto siempre interesante.

“Medidas extremas” cumple a la perfección su etiqueta de thriller nórdico con una oscura historia que esconde personajes dispuestos a todo por conseguir su objetivo, y que también deja patente la determinación del personaje principal y una ligera crítica a un sistema incapaz de reaccionar a tiempo ante los desafíos que se le plantean.