La prostitución se asocia, irremediablemente, al género femenino, siendo este submundo de sobras conocido y tratado en el cine en innumerables ocasiones. Es por ello que, cuando un film apuesta por retratar otros mundos, digamos, menos conocidos por el gran público, esta resulta, ya por sí misma, interesante.

El debut de Vidal-Naquet se adentra en los sórdidos mundos de la prostitución masculina a través de la débil mirada de un joven marginal, cuya vida transita entre sexo y drogas. La gran hazaña del film es retratar, con total veracidad, un submundo donde jóvenes se ven expuestos a los peligros de la calle y a muchas de las consecuencias que conlleva vender el propio cuerpo a desconocidos.

El director opta por no tomar partido, mostrando la realidad tal y como se presenta, sin víctimas ni verdugos, en la que tiene cabida todo tipo de personajes. Aquellos que se ven arrastrados a una vida llena de excesos, así como aquellos que se aprovechan de las circunstancias. A través de un excelente Maritaud, el espectador es atrapado en esa espiral de (voluntaria) autodestrucción que, bajo un halo de cierta emotividad, consigue empatizar con un personaje difícil en su visceral y explícita búsqueda vital.

Aún quedándose en la superficie de lo pretendido, el film contiene suficientes elementos perturbadores como para remover conciencias aunque, al final, resulte del todo inofensiva. Pese a ello, nos encontramos con una audaz ópera prima, llena de matices que amalgama ese juego de luces (la inocencia del protagonista) y sombras (la falta de escrúpulos de algunos personajes) que conforman la vida misma.

Lo mejor; Maritaud y la valentía del director en contarnos la parte más cruenta del sexo (ese incómodo trío con un enorme dildo de por medio), así como su parte más amable (esa emotiva escena de cama con reminiscencias al pasado del cliente).

Lo peor; Es una lástima que el film no profundice más en las cuestiones que plantea, navegando por la superficie sin rasgarse las vestiduras más allá de la explicitud visual.