Mucha ropa, más ropa fuera de temporada por traspaso, modelis por montones y con números que asustan. Miras la etiqueta y ves: ¡65 millones de dólares! Es un poco cara, piensas, pero luego te imaginas cierta sofisticación por el precio. Recaudó más que veinte millones de complementos a precio de outlet de Gucci y Prada porque fue la onceava película más taquillera de todo el año 2008 en todo el mundo.
Repito ese todo, porque ¿“Sexo en Nueva York: La Película” lo tiene todo? Al menos tenía un público la controvertida, exitosa y mediática serie de la HBO. También gente con mal fario y odio irracional a los bolsos de Armani. ¿Por qué? ¿Por qué sólo pueden optar a las imitaciones de mercadillo de Tous? ¿O por qué no echan un polvo con un tipo con abdominales en cada episodio de sus vidas? No es que la película de Michael Patrick King sea una panacea ni tampoco llega al placebo pero al menos entretiene y salva las distancias con su continuación: la encumbrada por los Razzies, el público, Ricky Gervais y el Photoshop “Sexo en Nueva York 2”.

Esta primera parte es demasiado larga e irregular aunque tiene sus momentos. Ni la Garland en “Cita en San Luis” la salva y mucho menos el perrito follador. Pero aquí se demuestra lo que resulta un discurso honesto: no importa casarte con 200 invitados y el traje de novia de la mismísima Vivienne Westwood para salir en un especial de Vogue. Lo que pensamos que es realmente perfecto y de diseño finalmente resulta vacío. Lo que importa verdaderamente es casarte con un modelo clásico sin añadidos, por lo civil y con lo más importante tus amigas esperándote a la salida. Y ese ejercicio de autoparodia y crítica mirándose al espejo resulta sumamente alentador. ‘Como ese cocktail antiguo que se puso de moda y que todo el mundo tomaba menos nosotros, aquello que nunca pasa de moda es lo bueno, como la amistad.’