No comparto para nada la mitomanía de este conocidísimo título. La verdad, no es para tanto. Pese a sus fanáticos, pero desmemoriados seguidores, tan parecidos, ¡helas!, a los de Tarantino –gran amante de la salsa boloñesa- no hay nada de original en este western inaugural, seminal dirían algunos, del así llamado género del espagueti. No deja de ser, pese a quien le pese, una mala copia de películas japonesas de samuráis recalentadas en una salsa de polar francés. Y eso que tiene algunas virtudes reseñables. Me gusta por lo que tiene de western abstracto y estilizado donde, por ejemplo, las dos casas de las familias rivales se encuentran irrealmente una frente a la otra, como si de un escenario teatral se tratase, por cierto, sobriamente rodado en Tecniscope. Sin embargo, no veo personajes sino arquetipos simples, sin profundidad psicológica, siluetas apenas esbozadas, más propias de un tebeo antiguo o una mala novelucha. Me gusta –cualquiera se atreve a decir lo contrario- la imponente presencia de Clint Eastwood que da empaque al conjunto pese a su inexistente actuación y a Gian Maria Volonté uno no sabe si vituperarle o alabarle su desaforado histrionismo. Desde luego, no me gusta la insufrible, enfática, molesta e innecesaria música y me repugna sobremanera cuando se va por el lado de la crueldad y de las matanzas hiperbólicas totalmente gratuitas. Sumando aquí, restando allá, yo le daría un cuatro y, como decíamos de pequeños, va que chuta.