Haz click aquí para copiar la URL
España España · K-PAX
Voto de PROT:
9
Romance. Drama Helen Hanff, una combativa escritora neoyorquina, envía una carta a una pequeña librería de Londres pidiendo varios clásicos de la literatura inglesa difíciles de encontrar. Frank Doel, el reservado librero inglés, contesta a su petición. Comienza así una conmovedora correspondencia entre dos continentes, que durará durante veinte años. (FILMAFFINITY)
28 de abril de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que por qué no usan un aparato electrónico es una pregunta que se suele hacer muy a menudo a buena parte de los lectores más recalcitrantes. En 84 Charing Cross Road, la película, que en España se lanzó con el título de LA CARTA FINAL, está la respuesta.
LA CARTA FINAL es una de las películas más acogedoras que existen. Es tan acogedora, tanto, como una charla frente a la chimenea. Como un aria de El Mesías o de Salomón. Como una fuga de Bach. Tan acogedora como un buen libro. Y, como un buen libro, que es el que resiste varias lecturas, la película resiste varias revisiones. Quizá porque el productor Mel Brooks consiguió poner en primera línea a su competente esposa, la magdalena Anne Bancroft, o puede que porque detrás estaban las excelentes y oscarizadas Mercedes Ruehl y Judi Dench; aunque lo más seguro sea que LA CARTA FINAL procure placer, también, al tocarla.
Es de suponer que en la vida de Frank Doel, vida a la que en la película da vida el siempre irrepetible Anthony Hopkins, faltaba algo de color. Es cierto que su esposa y él conformaban un matrimonio moderadamente feliz, pero, de igual modo que para un inglés muchas cosas no se soportarían sin una taza de té, para el contenido librero Doel nada hubiera sido lo mismo, ni siquiera los mantos azules, oscuros y negros del cielo, sin la correspondencia de Helene Hanff, que pisaba suavemente porque pisaba otros sueños.
Atesorando sueños, mantos, tonalidades oscuras y negras, o blancas como la nieve, resistiendo lecturas frente a chimeneas y complementándose o no con la música de Corelli, de Bach o de Hándel, siguen los libros haciéndonos volar escaleras arriba o impulsándonos a dejar las cosas para más tarde. Y serán sus páginas, su tacto, sus colores y sus olores, sus dimensiones, sus mil y una formas, en definitiva, las que continuarán sorprendiendo, asombrando y admirando al mundo mientras sus lectores son testigos de cómo se derrumba el resto de las estructuras construidas por el hombre.
Que Dios salve a los libros, y que Él vuelva a encuadernar nuestras hojas esparcidas para esa gran Biblioteca en la que, algún día, estaremos todos abiertos los unos para los otros.
PROT
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow