Altísima acidez, delirio, obsesión sexual, indiscrimanada masacre -vía trapos sucios- de todo bicho viviente: Un Allen elevado al cubo, una vuelta de tuerca a la mezcla de fantasía y realidad que ya nos mostraba en su magnífica y preciosa LA ROSA PÚRPURA DEL CAIRO. Una mirada que ha cambiado el romanticismo, la amargura y los sueños rotos pero incombustibles, por una muy considerable mala leche: Historia de un escritor que es un enfermo, un obseso, un desastre, que no duda en aprovechar a los demás como maná literario para sus locos y delirantes relatos, que son retazos muy, pero que muy, mal disimulados de su propia existencia.

Woody y varios actores más haciendo de Woody. Utilización a ratos de un montaje sincopado, que no es, sino el reflejo del desorden vital y sentimental del prolífico, cínico, desencantado, salido y majareta novelista, que es quien dice la frase tan filosófica y zen que viene entrecomillada en el título de esta crítica.

Otra perlas, dichas a una prostituta que ha hecho venir a su casa:

-HARRY: Quiero que me pegues, y me hagas un francés...
-PROSTITUTA (COOKIE): Vale... Un francés, y te pego...
-HARRY: No, no. Quiero que primero me pegues y luego me hagas un francés. Lo quiero en el orden correcto...

Tras haberle realizado ella el servicio de lenocinio:

-HARRY: Cookie, tu boca debería estar expuesta en un museo.

Grandiosa, genial, hilarante. Pecado perdérsela. Si no les gusta Woody Allen, pues evidentemente se disculpa, que comprendo que no es plato para todos los gustos.