Nueva adaptación del archifamoso Superman, producida por Christopher «Batman» Nolan y dirigida por Zack «Trescientos» Synder. Que conste que he ido a verla por el simple entretenimiento de estar con los amigos y pasar una tarde graciosa, así que no llevaba ninguna expectativa en la cabeza. La tarde graciosa, la he pasado.

Primera impresión: ¿quién ha escrito estos diálogos? Penosos es poco. Hoy en día, como no se habla y, si se habla, no se sabe hacerlo, pues nos encontramos con una oratorio pobre, llena de clichés, carente de sentido o incluso ridícula, como ese «escucha mi voz» de Martha o cualquiera de los de Lois Lane. Amy Adams, para mi gusto y mi sorpresa, no me encaja como Lois, entre otras cosas porque se nota que es diez años mayor que Henry Cavill, el Superman más sexy de toda la historia y con unos ojos azul oscuro que hablan por sí mismos. Siguiendo la línea de diálogo de determinada chica de la película, este Clak Kent pone en todo momento pose de qué-buenísmo-estoy, y lo está, no hay duda, pero quizá deberían haberle pedido que se alejara de la gomina del cómic y se despeinase su hermosa cabellera negra para hacernos más creíbles sus vivencias. Aún con todo, Cavill es posiblemente lo mejor de «El hombre de acero», actor que, no nos engañemos, lleva a cabo una interpretación idónea con tanta naturalidad y eficiencia que no parece que esté actuando, y eso tiene un mérito enorme. Del resto del reparto, destacar a un Kevin Costner con escasísimos minutos y a un Russell Crowe rejuvenecido cuyo personaje, Jor-El, aparece sin ton ni son.

Segunda impresión: mal montada y, quizá derivado de lo primero, mal estructura. Esa manía de incluir tropecientas tramas en una película que se alarga ciento cuarenta excesivos minutos obliga a una precipitación que la destruye desde la raíz. No hay espacio para los silencios, la retrospección, la contención y maduración de los personajes; aquí no cabe el detener la cámara, el deleitarse y explotar las emociones, los conflictos, los debates, planteando un desarrollo argumental claro y sin fisuras. En un momento dado vemos a Clark Kent entrando en una iglesia y hablando con un cura, cosa que a mi me parece muy bien, pero esto ¿de dónde sale? ¿Por qué, si hasta ese instante no hemos visto ninguna creencia ni espiritualidad por su parte? La relación entre Lois y Clark, lamentable; acelerada, incoherente, sin chispa. Sólo en secuencias puntuales se logra cierto impacto heroico, y más que nada porque este Superman callado, sensible y trascendente, invita a que nos solidaricemos con él, y esto sí que es un acierto: un Clark Kent que llora y un Clark Kent que no puede evitar hace el bien aunque le cueste la misma vida.

Tercera impresión: efectos especiales reiterativos. De aquí a unos años estarán desfasados y, vista hoy, son cargantes. El destrozo al que someten Metrópolis es disparatado, por confusa y criminal. Mucha digitalización, sí, pero nada de atmósfera. Ese planeta Krypton, por ejemplo, es, sencillamente, una maqueta, una imagen distante y sin alma de un ordenador. El traje de Superman, tengo que decirlo, me gusta bastante, mejorando el clásico de calzones rojos, lo siento por los puristas. Lo que me ha repateado muchísimo es que se haya vuelto a recurrir al ejército de los Estados Unidos de América para que avance la trama, llevándose medio protagonismo de película sin ninguna necesidad.

Cinta cien por cien veraniega que sigue la corriente mercantilista impuesta y el boom de los superhéroes con tintes más o menos «realistas». A mi me ha entretenido a pesar de tener todos los inconvenientes del Cine moderno. Con sentido del humor, le sacarás un gran partido. A su manera, refrescante.