Punto y final a la saga de Alien. Ya está, he cumplido.

No hay derecho a que le hagan «esto» a mi querida Ripley, posiblemente la heroína de acción más espléndida del celuloide. En manos del francés Jean-Pierre Jeunet la cuarta película gana solidez y bizarrismo, si se me permite el neologismo, con escenarios retorcidos, amplios y muy oscuros. Claro, han pasado no sé cuántos años desde la historia original y lo cierto es que Ellen Ripley no es ni Ellen Ripley. Lo entenderás cuando la veas.

En fin, que unos científicos en una misión ultra secreta y militar planean domesticar a los Alien no sabemos muy bien con qué propósito; como mascota a ver quién querría uno, yo no, desde luego. Se nota a las claras que la cosa no puede funcionar pero los científicos locos, en la línea que se espera de ellos, no hacen caso a nadie y se empecinan en un experimento que, por supuesto, se irá al traste. Un grupo de comerciantes se encontrará con el problema sin comerlo ni beberlo y ayudados por Ripley tratarán de salir airosos de semejante trance. Hasta ahí, la película parece ir bien, pero más pronto que tarde te das cuenta del tono poco serio, casi dicharachero, que tiene la historia, lo que le resta tensión y emoción, y de lo despistados que andan estos Aliens, porque no se les ven las babas en la mayor parte de metraje, grave error al renunciar a la acción alienígena y a la violencia. También es otro fallo esa recta final incomprensible en la que Alien deja de ser Alien para convertirse en una especie de calavera de ojos tiernos. Hombre, ¿qué es esto?

En mi opinión todo es un gran desvaríe. No se hace pesada, pero qué falta de respeto.