Nada más leer el argumento de «1917» te retrotraes a «Gallipoli» de Peter Weir, obra maestra del cine y referente del cine bélico que Sam Mendes seguro segurísimo ha visto. Todo el mundo debería ver «Gallipoli».

«1917» llamó la atención más que nada por su falso plano secuencia, no vamos a engañarnos. Aparte de que el cine bélico tiene mucho caché y prestigio per se, ese recurso técnico de Mendes es por lo que esta película se ha colado en casi todas las premiaciones, no tengo dudas. A mí la verdad es que no me parece que rodar todo en un solo plano mejore una obra; el montaje y las elipsis también son un arte y se pueden hacer maravillas, se han hecho siempre. Si lo que se busca es una experiencia más realista e inmersiva, vuelvo a estar en desacuerdo: se confunde el exhibicionismo con la emoción, con los sentidos. Para que una muerte te duela no tienes que ver cómo al personajen lo apuñalan, agoniza y le sale sangre por la boca; sin duda será más realista, pero no tiene por qué ser más impactante ni reflejar mejor las ideas.

«1917» va claramente de menos a más. Los primeros tres cuartos de hora son insoportables: dos soldados andando y hablando, con unos momentos de supuesta tensión y peligro que no engañan a nadie; es hasta estúpido. Luego ocurre algo que hace que la trama mejore y se llega a una parte muy bonita desde un punto de vista estético donde destacan los escenarios y la fotografía. En realidad «1917» es todo forma, el fondo apenas es una excusa para que el director haga sus ejercicios cinematográficos, así que la historia, lineal, plana y previsible, es lo de menos.

Admito que ver correr al protagonista por el campo de batalla ha sido emocionante, pero es todo una trampa de Mendes que, seguro segurísimo, ha visto «Gallipoli». Que al menos te sirva esta película para que la veas tú también.