Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Marty Maher:
3
Bélico. Aventuras A finales del siglo XIX, en la colonia española de Filipinas, un destacamento español fue sitiado en el pueblo de Baler, en la isla filipina de Luzón, por insurrectos filipinos revolucionarios, durante 337 días. En diciembre de 1898, con la firma del Tratado de París entre España y Estados Unidos, se ponía fin formalmente a la guerra entre ambos países y España cedía la soberanía sobre Filipinas a Estados Unidos. Debido a esto, los ... [+]
5 de diciembre de 2016
5 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se puede contemplar 1898. Los últimos de Filipinas como un ejercicio de contradicciones, tanto en el marco ideológico de la película, como en las prestaciones del debutante Salvador Calvo, experimentado en el terreno televisivo. Esta cinta narra el episodio histórico conocido como el sitio de Baler, donde 57 soldados españoles defendieron la plaza de la iglesia de un pueblo durante prácticamente un año, siendo muchos menos que los nativos y subsistiendo como bien se las pudieron arreglar. Lo más chocante del asunto es que la gran mayoría de batallas se libraron cuando España ya le había vendido la isla a los estadounidenses por 20 millones de dólares, y los filipinos trataron de convencer a los tenientes y sargentos del ejército, que daban por hecho que los periódicos que les entregaban estaban falsificados.

Volviendo al tema de las contradicciones, sería conveniente hablar, en primer lugar, del aroma antibelicista que desprenden las imágenes del film en prácticamente sus dos horas de metraje. La cámara se sitúa siempre, si no junto a ellos, sí a favor de los jóvenes inexpertos que se jugaron la vida sin saber en muchos casos por qué. En cuanto a los tres autoridades de la misión, su retrato tan cercano como brutal genera cualquier sentimiento excepto simpatía. El espectador no tiene dudas respecto a la disyuntiva que se plantea, pero la propia película se muestra insegura e incongruente a la hora de concluir, lanzando un mensaje heroico que pone en tela de juicio las intenciones reales de la superproducción.

Por otra parte, y en esta ocasión con más pros que contras, Calvo demuestra dominar a la perfección el lenguaje cinematográfico para elaborar la puesta en escena de su ópera prima. Seguro que el excelente trabajo fotográfico de Álex Catalán tiene mucho que ver en esto, pero no le resta méritos a un director que sabe dónde colocar la cámara, cuándo realizar movimientos e incluso cómo hacerlo. Sin embargo, la falta de dejes televisivos en la dirección contrasta con el carácter episódico del guion, que impide que la cinta brille por su irregularidad. Las motivaciones de los personajes, la justificación de sus actos y sus arcos dramáticos adquieren importancia y la pierden de forma abrupta y conveniente, como si dentro de la propia película empezarán y concluyeran varios capítulos. Es evidente que no nos encontramos ante una historia de matices, cualidad de la que solo puede presumir el personaje interpretado por Álvaro Cervantes, eje antibelicista de la narración.

A la estupenda fotografía de Catalán (genial el trabajo en la oscuridad y con la lluvia, elementos que predominan en la cinta) hay que sumarle la notable composición de Roque Baños, que llenan de interés hasta el plano más insustancial. En cuanto al reparto, en el que conviven y se retroalimentan dos generaciones de actores masculinos, impera la corrección. Mientras Eduard Fernández y Luis Tosar cumplen sin despeinarse, utilizando registros que prácticamente les son propios, Emilio Palacios y Álvaro Cervantes sorprenden con su carismática presencia. Sin embargo, también hay lugar para las sombras: si Javier Gutiérrez está sobreactuado en su histrionismo, como ya le pasara en El olivo, Miguel Herrán no ofrece un solo matiz que no presentara en A cambio de nada, donde se hizo con el merecido Goya al mejor actor revelación.

En el cómputo global, no puede decirse que 1898. Los últimos de Filipinas sea una mala película. Salvador Calvo demuestra oficio y logra mantener el interés incluso en las batallas, que están rodadas como si los enemigos fueran la inteligencia artificial de un videojuego en el nivel más sencillo. Pero en el restos de aspectos predomina la torpeza, impidiendo que el buen hacer sobrepase el plano más superficial de cuantos existen. Tampoco ayuda su conclusión reaccionaria, que trastoca la mirada que habíamos proyectado sobre ella hasta entonces. Al final, puede que el director pertenezca al primer tipo de soldados, entre los que se encuentran aquellos que prefieren buscar medallas antes que regresar a casa.
Marty Maher
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow